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NOSOTROSCONTACTO 28 Mar, 2024

Miró el gran fajo de billetes (Cuento)

Escritora, docente y feminista italomexicana, Francesca Gargallo, fundadora de las licenciaturas de Filosofía e Historia de las Ideas y Creación Literaria de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, falleció el jueves 3 de marzo a los 65 años como consecuencia de un cáncer.
fajo billetes

La escritora, Francesca Gargallo, fue docente y feminista italomexicana, Francesca Gargallo, fundó las licenciaturas de Filosofía e Historia de las Ideas y Creación Literaria de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, falleció el jueves 3 de marzo de 2022 a los 65 años como consecuencia de un cáncer.

Miró el gran fajo de billetes que una solícita y alegre secretaria le había depositado de uno en uno en la mano: billetes de cien hasta llegar a quince mil, un atado de dinero que disparó una fantasía de asaltabancos del Far West, tal y como lo pintaban en las películas de 1960. No podía refrenarlo, si se sentía bien y no estaba demasiado cansada, la fantasía funcionaba y ella era, según el caso y la imagen que tenía de sí misma en ese momento, una asaltabancos, una princesa en apuros y con pistola en mano, una guardabosques que debe decidir si salvar o no los oseznos durante un incendio.

Eso sí, el presente no le agradaba. A su fantasía la prende que la gente se comunique a los gritos o con correos a caballo. La niña que cruzó las líneas enemigas para llevarle una carta con recomendaciones médicas a su mamá, podía cambiar varias veces de funciones y color de piel pero siempre ostentaba trenzas cortas de los dos lados de la cara, con o sin moños rojos. Y nunca poseía un ordenador de bolsillo con capacidades de teléfono móvil y localizador geográfico.

Muchas veces tenía diálogos fenomenales con su mejor amiga y aún con una hermana. No, su hermana no era real, pero qué importa, con ese fajo de dinero en la mano podía decirle algo así como: Vamos a invitarle un helado a todos los niños del barrio. A lo cual su hermana respondería: No es mala idea. Se lo pensó dos veces. Su hermana en realidad respondería: Si llegan a ensuciarse la camisa, sus madres te odiarán. O quién sabe, no la veía desde que cumplió los treinta años.

Una secretaria a la vez alegre y solícita, ya eso, en sí, era digno de una historia. Contaba cien, cuatrocientos, mil, canturreando porque quizás por la tarde estrenaría un auto eléctrico que se había ganado en una rifa. O le habían dado el mapa de una mina de oro que no explotaría porque es ecologista y de tal manera pondría a salvo la montaña. La secretaria cantaba porque su hija le estaba preparando una enorme calabaza rellena para la cena y mientras lo hacía la calabaza se convirtió en cohete y pasó por su mamá y ambas se fueron a dar la vuelta por el espacio sideral: gran silencio azul, ninguna burocracia, el canto de los astros y un hermoso libro para leer flotando. Mil cuatrocientos, mil quinientos. Gracias. Hasta luego.

El gran fajo de billetes está al fondo de un bolso de lona. Podría fugarme de la universidad y correr hacia las montañas nevadas que se perfilan en el horizonte, cruzar caminos pensando que soy kurda y combato con otras contra el patriarcado mundial, no soy una partesana francesa de la Segunda Guerra Mundial, sí soy una tibetana que recupera para su pueblo el gran lago de sal. La nieve empieza a caer, la cara se refresca y la nariz se pone roja y brillante como un farolito.

Los pasos se siguen uno a uno, son cada vez más rítmicos. Me compré estas botas porque son cómodas y juego con ella a ser una forajida que monta bien a caballo. Camino. Estoy feliz. Deberían desaparecer los autos para serlo aún más. Se degradan, pierden rapidez, forma, número; pero todavía hay un semáforo a la vista. Avanzo. Cuatro autos se detienen ante la luz roja. Hay mujeres, niñas, hombres que cruzan la calle.

De repente oigo gritos. Soy una defensora de los débiles con un gran fajo de dinero al fondo de una bolsa de lona. Una señora se abalanza hacia un coche donde un hombre y una mujer se están dando un beso. La señora grita que ella es la esposa; el hombre se queda quieto, la mujer que estaba besando también. En la ventana, la señora que grita dice que es la madre de sus hijos, que él no puede tratarla así, dejándola en casa como una estúpida. Dice miles de cosas más, las de siempre: que no tiene dinero para los útiles escolares, que todo su salario se va en sostener la casa y que él no compra ni lo que come, que se aburre haciendo todo el trabajo de limpieza, que no le ha dado un beso en años.

El hombre baja del auto gris. El auto no podría ser sino gris. Le suelta un puñetazo en plena cara a la señora de los niños. Los dedos apretados, duros, engarrotados y el nudillo le queda con un leve raspón o una mancha de sangre de ella. Soy una defensora de los débiles. Tengo un bolso de lona con un fajo de billete y botas para caminar y montar a caballo. Le doy un puntapié en la espinilla al hombre que le ha pegado un puñetazo a una mujer. Es agradable. Ah, qué rico, le doy otra patada.

La mujer con la que se estaba besando el hombre baja del auto para defenderlo de la mujer que defiende a la mujer que él ha golpeado. Enorme zafarrancho. No les pego a las mujeres, ni siquiera a la que él besaba y me jala el pelo. La verdad es que en mis fantasías nunca me importa si ando o no bien peinada. Pero me divierte mucho darle de patadas al tipejo. Jejeje, se pone furioso.

Otra patada, de veras que mis botas son excelentes. Llega la policía. Bueno, a ver qué arregla, yo me largo. Hay dos niñas y un niño. Los hijos de la señora que lloró al ver a un hombre besarse con una mujer en el auto. Niños, digo, les invito un helado de limón. Me miran un poco perplejos. Nieva, no es temporada, pero afirman enfáticamente con la cabeza. Desde la heladería vemos como la policía se lleva a su padre. La señora que me jaló el pelo quiere demandar a la loca que los bajó del auto. Al poco rato la madre de las niñas y el niño entra a la heladería. A ella también le vendrá bien un helado de limón para bajarle la inflamación del labio. Soy Mamá Noël y tengo un bolso de lona con un fajo de billetes abajo. Lástima que en dos horas tenga que ponerme seria e impartir un taller de pensamiento crítico.

 

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Fernando Alexis Jiménez

Fernando Alexis Jiménez - Ejerce el periodismo desde hace más de 40 años. Ha trabajado para radio y prensa. En esta última etapa escribe para medios digitales. Cursó una licenciatura en ciencias religiosas en la fundación universitaria Bautista. Tiene columnas permanentes en portales internacionales como KaosEnLaRed, AméricaXXI, Alainet, Rebelión y Prensa Bolivariana, entre otras. Se identifica como un seguidor de la teología de la liberación promovida por Leonardo Boff, Gustavo Gutiérrez, Elder Cámara y Frey Beto. Actualmente es dirigente sindical del SUGOV.


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