SINDICATO UNITARIO DE LA GOBERNACIÓN DEL VALLE DEL CAUCA
NOSOTROSCONTACTO 28 Mar, 2024

Las cinco pandemias que azotan al Culo del Mundo

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Por  María Galindo – La Paz, Bolivia
En
otro texto provocador e imprescindible, la activista boliviana María Galindo
propone pensar y actuar sobre 5 urgencias que, dice, no pueden justificarse
ante el avance del coronavirus: el fascismo, la colonización, la corrupción y
desidia estatal, la violencia machista y el hambre. Cómo azotan cada una de
estas otras «pandemias» a los países latinoamericanos a los que bautiza como
Culo del Mundo, «en el sentido ambiguo de lugar de placer y de desprecio al
mismo tiempo». El miedo y el hambre como fórmula de control; los préstamos
financieros como método de colonización; las miradas ancestrales de la salud,
más acá del sanitarismo; el rol de las ollas populares no institucionales y
gestionadas por mujeres; la pregunta de si las salidas van a venir de los Estados
quebrados y corruptos; la violencia machista, la crisis de cuidados y la frase
de George Floyd traducida por Galindo: «En el centro de la pandemia nace el
movimiento NO PUEDO RESPIRAR
que en código andino quiere decir NO AGUANTO MÁS».
Agradecida con la
lectura crítica de Claudia Acuña y la edición de Helen Álvarez.
La Paz,
Bolivia.
En esta parte
del mundo desde donde escribo es urgente decir que no estamos enfrentando a una
pandemia sino a cinco, y al mismo tiempo. O, si prefieren, a una pandemia que
múltiples capas, adheridas una a la otras, donde la capa visible y externa es
la del coronavirus. Esa capa funciona como la superficie evidente detrás de la
cual se esconden y legitiman las cinco pandemias, a saber:
1) La pandemia
del fascismo que afecta las estructuras y libertades democráticas y que
moviliza el conjunto de prejuicios en torno de la enfermedad, el contagio y la
“protección” de la población.
2) La pandemia
colonial que afecta las relaciones Norte/ Sur, y las relaciones con los sures
del mundo presentes en todas las sociedades, la relación con el conocimiento y
manejo de la enfermedad y el sobreendeudamiento de toda la región para el
recrudecimiento de un contrato colonial global más severo.
3) La pandemia
de la corrupción y la desidia estatal.
4) La pandemia
de la violencia machista que afecta directamente el lugar de las mujeres y la
crisis de cuidados.
5) La pandemia
de las pandemias que es la del hambre.
Hay un juego
de espejismo entre una pandemia y otra, un juego que confunde y paraliza la
protesta: cuando estás interpelando una pandemia se superpone la de otra para
desactivar o relativizar todo argumento de resistencia.
En pocas
palabras, el coronavirus justifica todo.
Mientras
escribo este texto ha muerto una mujer en los brazos de su hijo. Murió por
tuberculosis en la puerta de un hospital donde por pánico no la dejaron entrar.
Es tan pequeña la madre que parece una niña acurrucada en los brazos de un
adulto, porque además de la tuberculosis la ha aniquilado el hambre. ¿Fue
primero el hambre y luego la tuberculosis?, ¿Tuvo también que ver el
coronavirus para que no pudiera pasar la puerta de un hospital o usaron ese
pretexto para no recibir a nadie porque ni hay ni hubo nunca allí lugar para
nadie más? Como quieran colocar el orden de los factores su muerte televisada y
transmitida se convierte en rutinaria.
¿Qué está
pasando en este sur bautizado como Latinoamérica que he preferido nombrar como
Culo del Mundo, culo en el sentido ambiguo de lugar de placer y de desprecio al
mismo tiempo?
¿Hay alguna
continuidad entre lo que pasa hoy en México, Perú, Brasil, Ecuador, Argentina o
Bolivia?
La región
misma es imposible de describir bajo un solo prisma, no hay uniformidad; ¿Qué
es entonces lo que hay de común entre el cavado de fosas para los cadáveres en
Brasil, el endeudamiento acelerado boliviano o ecuatoriano y la enésima amenaza
de quiebra del Estado argentino, que nos hace pensar en la pronta quiebra de
muchos Estados de la región?
Si de comunes
denominadores que recorren todo el continente se trata me atrevo a decir que la
violencia machista, la corrupción gubernamental y el lavado de manos de las
oligarquías locales -que en ningún país han asumido responsabilidad alguna- son
los infalibles, sea que gobierne la derecha fascista o la izquierda
progresista; sea que se haya optado por la cuarentena rígida, flexible o el
negacionismo.
Les pido
entonces permiso para hablar en términos generales, sabiendo que según qué país
te toca en suerte estos elementos funcionan de manera distinta.
Coloniavirus: la
densidad colonial de la pandemia
Pido permiso a
la ecuatoriana residente en Barcelona Mafe Moscoso, 
de quien tomo el título de «Colonialvirus». Ella
denomina así a la pandemia para denunciar lo que ocurre en Guayaquil y
describir el papel de las “exiliadas del neoliberalismo” expuestas como los
cuerpos portadores del virus, y el papel de las oligarquías.
La capa
colonial de la pandemia no es ni tangencial, ni de detalle; la envuelve
completamente.
La densidad
colonial supone que los países del sur compren desde los insumos médicos
pasando por pruebas, reactivos y respiradores hasta los medicamentos en un
mercado neoliberal-colonial y a precios especulativos, inaccesibles para
nuestras economías.
La densidad
colonial supone la preparación por parte del Fondo Monetario Internacional de
un proceso de endeudamiento acelerado, que aprovecha la situación de pánico
para que los gobiernos den las espaldas a las sociedades, mientras contraen más
deudas que empeñan el futuro, los bosques, la selva, el territorio, las
materias primas estratégicas, como el litio o el mismo oxigeno de la Amazonia.
El Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional están dispuestos a hacer
préstamos a todo tipo de gobiernos en época de pandemia que favorecen la
destrucción de la economía porque en ese contexto el endeudamiento se presenta
fácilmente como salvataje cuando en realidad representan la firma de contratos
de dependencia colonial, a futuro.
Nuestros remedios
Se ha hecho
escarnio de la propuesta que enarbolé en un artículo que publiqué al comienzo
del azote del colonialvirus sobre la medicina casera y ancestral como salida.
Parece ser que hay que creer dogmáticamente que este es un problema que lo
resolverá únicamente la investigación corporativa en laboratorios de
inteligencia artificial.
El problema no
está en poner en una línea dicotómica una medicina con la otra, menos en
colocarlas en una escala colonial de “primitivo” versus “desarrollado”. Lo más
necesario es integrar una con la otra y entender que los principios
psicosomáticos de las medicinas ancestrales y su comprensión holística del
funcionamiento del cuerpo. Son concepciones que deben ser integradas a toda
medicina urgentemente.
Por otro lado,
la medicina en la mayor parte de nuestros países es un recetario copiado sin
pensamiento ni investigación propia, por eso nos enteramos por la BBC y desde
Canadá que las llamas que conviven con nosotr@s en los Andes pueden ser portadoras de un
anticuerpo efectivo, o nos enteramos que en las ciudades de altura, como Quito
o La Paz, la incidencia es menor porque hasta al colonialvirus le da
maldealtura. No son nuestras universidades de Medicina ni nuestros laboratorios
quienes investigan porque en la mayor parte de nuestra región no hay
investigación y, cuando la hay, es en condiciones de extractivismo informativo.
La
microbiología y la inteligencia artificial pueden dar una solución específica y
temporal a este virus, pero déjenme ahora reirme un poco de quienes esperan con
fe esa solución. ¿Dónde está el laboratorio independiente no vinculado a los
poderes de la farmacéutica transnacional? ¿Qué conocemos realmente del virus
desde estos centros de información y qué se nos oculta desde estos mismos
centros de información?
Para ese poder
farmacéutico, como habitantes del Culo del Mundo hemos servido de cuerpos de
experimentación, de poblaciones descartables, de l@s que no importan, y también como territorio de
extracción de conocimientos. ¿Cuánto tardará en llegar una vacuna al chaco
argentino, a la amazonia peruana o boliviana, donde hoy miles y miles sufren el
dengue? Seremos literlamente l@s ú
ltim@s en recibirla.
¿Cuál será su costo real? No podremos pagar su precio con dinero, que es papel,
pero sin duda pagaremos completa la factura empeñando nuestra tierra.
La densidad
colonial es desgarradora cuando hablamos de l@s incontables
desplazad@s trabajador@s temporer@s que han
quedado fuera de todo servicio de salud, frente a quienes se han cerrado
fronteras declarándoles parias y a l@s que ninguna sociedad les
ha reconocid@ como pertenecientes: ni sus sociedades de origen, donde
sus remesas mensuales han garantizado ingresos económicos imprescindibles, ni
las sociedades donde han garantizado servicios de cuidados imprescindibles con
trabajo precarizado y sin derechos.
El
colonialvirus ha sido el pretexto político más “limpio” e incontestable del
neoliberalismo para abrir la circulación de mercancías y cerrar la circulación
de personas.
Europa ha
pasado de cerrar sus fronteras nacionales a cerrar sus fronteras continentales
y por fin habitar su sueño fascista de que el peligro es el otro. Ese mismo día
han surgido las voces de cientos y miles exigiendo la regularización inmediata
de td@os l@s calificad@s como ilegales
y hasta ahora solo Italia lo ha hecho.
¿Cuál es el
sistema de salud responsable de curar a l@s infectad@s que llegaron a España desde Guayaquil o el
Beni en Bolivia, regiones donde los contagios suponen algo muy parecido a un
genocidio?
El virus en su
densidad colonial es una frontera que divide los cuerpos y las poblaciones
entre las dignas de vida y las indignas de vida, entre las regiones desde donde
se elaboran y discuten los protocolos y las propuestas y regiones donde esos
protocolos no se piensan, sino que se copian.
Nos vamos
contagiando
Miedo y hambre
juegan un juego mortal en nuestras calles y nuestras economías.
Salir a
comprar alimentos es prepararse para visitar el salón del hambre; la gente está
saliendo a pedir limosna con creatividad, con dignidad y con originalidad, te
sostienen la mirada, te cortan el paso con delicadeza, te extienden la mano o
te ofrecen dulces y todo tipo de inventos prácticos para enfrentar la vida.
Ayer compré un ensartador de aguja aunque en mi casa no hay agujas, ni hilos.
La mirada del vendedor, sus demostraciones, su dignidad, su ropa, su aliento,
su bozal casero, todo él era un grito de dignidad magnetizante.
Abundan las
variedades de mascarillas que prefiero llamar “bozales para humanos” para todo
gusto y bolsillo, porque de eso también hay que sobrevivir, pero la mascarilla
universal parece ser de piel de mandarina. Los cítricos han invadido las calles
y es con cítricos con lo que con ingenuidad nos defenderemos por acá de la
pandemia, mientras nos vamos contagiando el colonialvirus y las ganas de vivir
al mismo tiempo.
Caminando en
los barrios populares de tanto en tanto me vienen vahos de olor a hierbas que
deben estar hirviendo en gastadas ollas que perdieron la tapa hace décadas. La
gente se ha refugiado en la medicina casera y en los conocimientos de la abuela.
Los vahos vienen de lejos porque los pueblos amazónicos han decidido espantar
la pandemia con largos rituales.
Las ollas
comunes -que son ni más ni menos que la respuesta colectiva y no individual al
hambre- no sólo representan un acto de desobediencia, sino que son noticia
corriente y cotidiana. Las hay de todos los tipos y bajo todo género de
organización en todo el continente. Tienen dos características comunes:
1.
Son organizadas y gestionadas por mujeres no por
una cuestión de servidumbre, sino por un saber hacer-
2.    No son
estatales ni institucionales y son super efectivas como medida social frente al
hambre. Nadie se atreve a intervenir, descalificar, ni desactivar olla común
alguna.
Especialmente
desobedientes viejos y viejas prohibid@s de salir están en las calles. La policía
tampoco se atreve a cuestionarles. Ahí están ellos y ellas con 70, 75 y 80 años
en busca de subsistencia. Mil formas en las que l@s ancian@s de
nuestras sociedades están desafiando a la muerte misma. Lo que consiguen lo
comparten con sus amores y al día siguiente de nuevo les ves en las calles
marcando el ritmo de una cuarentena que no es lo peor ni lo más duro por lo que
han pasado.
Quizás la
mayor potencia de las gentes de esta región está precisamente ahí. No es que
nos ha venido una crisis, sino que vivimos en crisis, no es que esperamos
respuestas sino que las inventamos continuamente de forma artesanal e intuitiva
apelando a las herramientas del propio contexto, y es eso lo que en la región
se ve por todas las esquinas. Remedios caseros, inventos de nuevas formas de
ganarse la vida y de lanzarse a la muerte al mismo tiempo. Los días se han
convertido en festivales coloridos del fin del mundo.
El Estado y la
pandemia de la corrupción
Seguramente en
lo que a corrupción se refiere el gobierno boliviano debe de ser hoy uno de los
más sobresalientes de la región. El escandalo de la compra de 500 respiradores
a un 300 por ciento más de su precio es tan sólo la punta del iceberg.
Compramos vía
intermediaros las pruebas más caras de la región, pero hacemos el menor numero
de pruebas de la región. Varias capitales del país no tienen laboratorio de
procesamiento de pruebas y los pocos laboratorios que hay están colapsados y
entregando los resultados tardíamente, pero además las pruebas ya llegan
tardíamente a los laboratorios pues son transportadas por vía terrestre.
Las cifras de
contagio son bajas porque hay un subregistro descomunal debido a la negligencia
estatal que funciona como mentira colectiva. La función más importante del
Estado como es la educación pública está suspendida y los planes de convertirla
en virtual no pasan de ser una mentira colectiva.
El gasto
militar se ha triplicado porque la movilización de tropas es contínua y se ha
utilizado la pandemia para la legitimación de la presencia militar en las
ciudades.
Ninguno de los
sectores oligárquicos vinculados a las transnacionales o que representan las
grandes concentraciones de capital en la región han sido convocados a asumir ni
siquiera una parte de los costos de la pandemia. Es más: en muchos casos han
sido los primeros que han pasado a los gobiernos sus listas de pérdidas y
requerimientos. Mientras la población está perdiendo trabajo, sustento,
educación e inclusive la vida las oligarquías se están lavando las manos y
dándose el lujo de hacer caridad. Grotesca es la imagen recurrente de las
donaciones caritativas para sacarse la foto de portada.
¿Podemos
entonces permitirnos pensar que las soluciones van a venir desde el Estado?
¿Podemos contentarnos con hacer una lista de demandas post colonialvirus para
pasarle a los gobierno? ¿Es sólo cuestión de cambiar un gobierno por otro?
¿Es realmente
la salida darle al Estado la administración de una renta básica universal que
es lo que propone la CEPAL (Comisión económica para America Latina)y la
izquierda llamada progresista? ¿Cuánto nos va a costar cada peso boliviano,
cada sol peruano, cada peso chileno o argentino que retiremos de una ventanilla
del Estado?
En esta región
me atrevo a decir que la pobreza no es la falta de ingresos sino el despojo, no
es la falta de ingresos sino la destrucción sistemática del ecosistema, la
destrucción de la selva y de las aguas dulces.
La propuesta
de la CEPAL tiene mucho que ver con un reendeudamiento de nuestras sociedades y
con la contención de la revuelta que se está cocinando en las otras ollas
comunes que son las ollas de las ideas, las rabias, el dolor y las
frustraciones. Por un año de renta básica firmaran en nuestro nombre la
reincorporación pasiva y sin objeción ni debate al capitalismo
patriarco/colonial extractivista.
Violencia machista
y crisis de cuidados
Lo que peor
han resuelto los Estados es la cuestión de l@s niñ@s convertidos en pájaros enjaulad@s, cuya
responsabilidad de contención ha estado y está descomunalmente descargada sobre
las espaldas de las madres. Agravada con el hecho de que empieza la ola de
flexibilizacion de la cuarentena, no se abren las escuelas ni hay soluciones
para la crianza demostrando que sobre las espaldas de las mujeres se puede
descargar todo sin límite alguno e incluso sin lógica.
El
colonialvirus es una crisis de cuidados que ha colocado a los cuidados en la
doble vara de los trabajos recargados y mal pagados masivamente realizados por
mujeres y, al mismo tiempo, en los únicos realmente útiles a la hora de salvar
vidas, contener emocionalidades y construir sentidos colectivos.
Suprimir la
calle para las mujeres ha sido suprimir el espacio emancipatorio histórico. Ha
significado suprimir la otra ciudad efímera que habitamos y montamos cada día.
Ha sido un auténtico encarcelamiento en la familia nuclear patriarcal que
andábamos disolviendo y en el espacio de captura de nuestras energías. Ha sido
colocarnos a merced de las frustraciones de un macho que está en decadencia y
que no encuentra su propio lugar en el mundo. Los índices de feminicidio en
cuarentena son la prueba de esto que estoy diciendo. Los índices de violencia
machista y violencia sexual que rompen todo sentido romantizado de hogar son la
prueba de lo que estoy diciendo. La calle es nuestra casa y el espacio del
afuera es el espacio en el que estamos construyendo libertad.
Esto coloca a
la familia y al Estado en la misma línea de las instituciones caducas, de
mamotretos arcaicos que en esta crisis han mostrado su ausencia de respuestas,
su peso como mito y su inocultable decadencia.
La comunidad
no es la suma de familias, sino la ruptura de estas para la construcción de
nuevas afectividades, contenciones y complicidades.
El Estado no
es la entidad llamada a resolver lo que la post pandemia trae, sino que la
sociedad organizada, las voces críticas y las hambres acumuladas somos quienes
necesitaremos elaborar no un pliego de peticiones a gobierno alguno sino un
marco de redefinción política de la democracia como un eje radical de
participación y no como un aparato de marketing electoral, de la economía como
un eje de construcción de bienestar y de la colectividad como el lugar del
desorden afectivo.
Debajo del
hambre están creciendo las ideas.
Debajo del
hambre siguen floreciendo los sueños.
Y mientras
enterramos a l@s muert@s, ell@s todavía
calientes se confabulan con nosotr@s para decirnos que no murieron de
coronavirus sino de capitalismo.
En el centro
de la pandemia nace el movimiento NO PUEDO RESPIRAR que en código andino quiere
decir NO AGUANTO MÁS.

 

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