Sigue la represión a la protesta social. Las comunidades se están levantando desde diferentes sectores. Crece el inconformismo popular. La presidenta golpista está planteando pedir trapas extranjeras para sofocar las protestas.
La crisis política en Perú se profundizó con la organización de la “toma de Lima“, tal como se conoce a la protesta organizada en la capital que obligó a las autoridades a desplegar más de once mil efectivos policiales. Hasta el momento, la zona había quedado exenta del caos que rigió en el sur del país, siendo éste el epicentro de las violentas protestas en contra del gobierno de DinaBoluarte.
Desde el pasado 19 de enero, la capital de Perú, habitada por diez millones de personas, amaneció blindada. Las autoridades desplegaron un fuerte operativo de seguridad tanto en Lima como en Callao, las ciudades donde estaba previsto que los manifestantes avanzaran. En la víspera de la nueva jornada de protesta se registró la muerte de otras dos personas durante la represión policial, cortes de las principales arterias del país, la suspensión de trenes y cierre de aeropuertos.
Los manifestantes exigen la renuncia de Dina Boluarte, la convocatoria a elecciones y la libertad del expresidente Pedro Castillo.
La crisis política en Perú se desató tras ladestitución y detención de Pedro Castillo tras su fallido autogolpe el pasado 7 de diciembre. Desde entonces, miles de personas se volcaron a las calles para exigir la renuncia de Boluarte, la convocatoria a elecciones anticipadas y la puesta en libertad del expresidente.
Cómo es el operativo de seguridad en Lima
Unos 11.800 policías fueron desplegados en las calles limeñas para “el control de disturbios”, según detalló el jefe de la región Policial de Lima, Víctor Zanabria.”Tenemos más de 120 camionetas y 49 vehículos militares, y también la participación de las fuerzas armadas. La policía estará en alerta máxima“, aseguró.
Por su parte, el coordinador nacional de las Fiscalías de Prevención del Delito, Alfonso Barrenechea, estimó en cincuenta los fiscales provinciales que serán movilizados, mientras que 196 cámaras se activarán en distintos puntos de la capital, como en la Plaza 2 de Mayo o en la Plaza San Martín, entre otros.
Con respecto a las sedes del poder, tanto el Congreso, el Palacio de Justicia y el Ministerio Público están vallados, mientras que el Ministerio de Salud peruano emitió un alerta roja a hospitales y clínicas ante posibles heridos.
Siguiendo el ejemplo del resto del país, Lima se preparó de esta manera para una nueva jornada de protestas que inició con la muerte de otros dos manifestantes en la ciudad de Macusani, donde quemaron una comisaría y un juzgado. En tanto, ya son 44 las muertes desde que comenzaron las protestas y mas de mil los heridos.
Desde el inicio de las protestas ya son más de 40 los muertos y cientos de heridos.
El aeropuerto de Arequipa, segunda ciudad más grande de Perú, suspendió sus operaciones por seguridad. El servicio de ferrocarriles entre Cuzco y la ciudad inca Machu Picchu, una joya del turismo de Perú, también se suspendió, informó la compañía operadora.
La “toma de Lima” en medio del estado de emergencia
La presidenta Boluarte decretó el estado de emergencia por treinta días también en Lima, Cuzco, Callao y Puno, una medida que suspende las libertades de reunión y de circulación, como la intervención de las fuerzas armadas para “restablecer el orden”. Sin embargo, esto no desmotivó a los manifestantes que se trasladan de todo el país a la capital.
“Las marchas continuarán. Todas las regiones del país han dicho que no regresarán a su lugar de origen mientras no renuncie Dina Boluarte” dijo a AFP Gerónimo López, secretario general de la Confederación General de Trabajadores del Perúque convocó a la huelga. “No habrá paz social. Hay un desborde social en el pueblo como nunca se ha visto, es el clamor del pueblo peruano”, manifestó.
La palabra de Dina Boluarte
En medio del caos social, en la previa a la movilización a la capital la presidenta Dina Boluarte se anticipó: “Sabemos que quieren tomar Lima por todo lo que está saliendo en las redes el 18 y 19, yo los llamo a tomar Lima, sí, pero en paz, en calma”, dijo el lunes.
Boluarte era la número dos de Pedro Castillo, el primer presidente de origen rural que fue destituido por el Congreso en el marco de la crisis política e institucional que atraviesa Perú desde hace años. La exvicepresidenta, en tanto, lo reemplazó según establece la carta magna, y, si bien pertenece al mismo partido, es considerada una “traidora” por los manifestantes.
La detención de Castillo, dispuesta el pasado 7 de diciembre tras su fallido autogolpe, encendió la mecha popular: desde entonces millones se volcaron a las calles para pedir la renuncia de Boluarte, una convocatoria a elecciones anticipadas, a una Asamblea Constituyente y la puesta en libertad del expresidente. Castillo, por su parte, es apoyado por el interior peruano, mayoritariamente originario, que se distingue de las élites de la capital.
Como lo planteara el filósofo francés Luis Althuser en los años setenta del Siglo XX, los medios de comunicación hegemónicos, es decir, aquellos que ejercen su poder de desinformación en grandes conglomerados de la sociedad, son aparatos ideológicos del Estado, así como todo el armario jurídico y judicial, sus mecanismos de coerción y sus Fuerzas Armadas, su sistema de relaciones políticas y de partidos, su sistema educativo y de dominación simbólica.
Luis Alfonso Mena S.| Periodista, historiador, abogado y docente universitario
Hace una semana, el viernes 28 de octubre, estábamos a esta hora en la Plazoleta de San Francisco de nuestra querida ciudad de Cali, a unas pocas cuadras de este auditorio, en el plantón de solidaridad con los centenares de muchachos y muchachas detenidos por el gobierno de Iván Duque en la represión que ese régimen despiadado desató a lo largo de 2021 contra el pueblo colombiano que protestaba en las calles, represión que dejó más de cien jóvenes asesinados, 48 de ellos en la capital del Valle del Cauca, miles de heridos, torturados, perseguidos, capturados.
Allí, en ese plantón, encontré a Martha Yesenia Tascón, la esposa de Jhontan Sabogal, un hombre de apenas 30 años que pereció en el fatídico incendio ocurrido en la cárcel del municipio de Tuluá, en el centro del departamento, a dos horas de Cali, en la noche del martes 28 de junio de 2022, mientras esperaba que lo procesaran por haber ejercido su derecho legal y constitucional a la protesta en el municipio de Bugalagrande. Había sido detenido el 9 de diciembre de 2021.
Martha Yesenia estaba con sus dos hijos, de 11 y 12 años, reclamando la libertad de su hermano, Víctor Alfonso, uno de los 300 muchachos perseguidos y capturados por reclamar sus derechos en las jornadas del año pasado, y, también, clamando justicia en relación con el caso de Jhonatan, cuya desaparición hoy, cuatro meses después de ocurrida, permanece en la impunidad.
Con el sufrimiento que se dibuja en su rostro y que seguramente anida en lo profundo de su alma, Martha Yesenia nos mostró las fotos que, con un estoicismo estremecedor, tomó al cadáver de Jhonatan, nos habló de sus heridas de balazos y profundas cortadas por todas partes, y nos recordó que esas laceraciones no las causan ni el fuego ni el humo, pidió ser escuchada y ¡que haya justicia! Ella y sus niños, con la doble tragedia a cuestas, la del joven esposo y padre asesinado en una cárcel al lado de 54 seres humanos más, y la del hermano, preso en Popayán, continuaron en la plazoleta, al lado de muchos más portadores de otras historias de dolor y sufrimiento. Luego partirían hacia el centro del Valle. Ella madrugaría al día siguiente a recolectar algodón, para seguir ganando el sustento de sus hijos.
Luego de editar el video con la entrevista a Martha Yesenia lo difundimos en redes, empezando por hacerlo llegar a otras víctimas, la mayoría madres, porque las madres son quienes más luchan por reivindicar la memoria de sus hijos sacrificados, en una brega desesperada, titánica y muchas veces solitaria, con el propósito de que los asesinatos cometidos contra sus muchachos no queden en el olvido ni en la impunidad.
Una de esas madres con quienes tenemos contacto, en razón del ejercicio de memoria testimonial en el que estamos empeñados para documentar la tragedia de 2021, me escribió desde Medellín preocupada porque, dijo, espera que los cambios se aceleren, que haya justicia para su hijo, hoy detenido también perseguido por participar en las protestas, e insistía en que muchos de los politiqueros de siempre siguen reinando.
Yo le respondí que los cambios no son inmediatos. Que el nuevo poder apenas empieza a construirse en nuestro país y que está siendo entrabado por la extrema derecha. Le dije, además, que los medios de comunicación de las oligarquías están en una ofensiva descomunal de manipulación y mentiras para oscurecer el ejercicio del nuevo gobierno, precisamente para desmotivar a quienes se echaron al hombre su elección atravesando ríos y montañas, inundando calles y comunas, convencidos de que es la hora de los pobres y los excluidos. Le respondí también que esa ofensiva de desinformación contra las esperanzas de cambio que todos los días irriga las mentes de los colombianos por radio, televisión y redes online es una trampa de las hegemonías que pretenden adocenar y domesticar la voluntad popular, y conspirar con el arma de la manipulación para dar al traste con esa voluntad social.
En fin, le recordé que los poderes municipales y departamentales en su inmensa mayoría siguen en manos de mafias, de piratas de la Administración Pública, de corruptos de toda laya y de politiqueros de las maquinarias del establecimiento que durante más de 203 años han usufructuado alcaldías y gobernaciones en representación del poder bicéfalo feudo-financiero. Y que esos alcaldes y gobernadores no dependen del Presidente.
Cuento aquí estas historias porque, primero, creo un deber ético y político rendir homenaje a esas madres y tantas mujeres y hombres del pueblo víctimas de Duque, del uribismo, de sus Fuerzas Armadas y del aparataje judicial y, segundo, porque simbolizan el doble carácter del momento en que nos hallamos: el de miles y miles de seres que acompañaron la protesta ciudadana en 2021 reclamando solución a sus problemas de toda la vida y el de miles y miles de seres que transformaron sus resistencias populares en resistencias políticas en las urnas, en procura del cambio, y ahora esperan la materialización de sus esperanzas.
Pero en los telones de fondo de esas historias subyace el fenómeno político comunicacional, porque el ejercicio de la comunicación y del periodismo es un acto político y, además, de ejercicio de los derechos humanos fundamentales. Por eso en la convocatoria de este foro hablamos de los preceptos 18 (libertad de conciencia), 20 (libertad de expresión e información) y 73 (protección del periodismo para garantizar su libertad e independencia). Es esa, teóricamente, la columna vertebral del derecho de información en nuestro país, que se queda en lánguida y famélica letra con la que las hegemonías trapean el piso cuando se trata de garantizarla con veracidad a la población.
Es que, como dice el adagio, desde que se inventó la imprenta, la libertad de prensa es la libertad del dueño de la imprenta, es decir, de los oligopolios.
O que si no ello, es el silencio sobre casos como el de Martha Yesenia, y la campaña de terror mediático para generar desesperanza en los cambios que apenas nacen a la luz, pero que la prensa del sistema, como la llamaran los fundadores de la histórica revista Alternativa de los años 70, se encarga de torcer, desvirtuar, tergiversar todos los días, desde las tres de la madrugada cuando la radio comercial inicia sus numerosos noticieros, hasta la media noche, cuando cierran su vocinglería contra el nuevo gobierno.
Se entiende entonces la preocupación de la madre de Medellín, seguramente apabullada por la desinformación de esa prensa del sistema, que bombardea inmisericorde las mentes y los corazones de la sociedad, en su papel de partidos políticos comunicacionales de extrema derecha, pues la derrota electoral del uribismo y demás facciones partidistas del establecimiento en este 2022 dejó un vacío que la prensa, la radio y la televisión de las derechas y sus extensiones en Internet en Colombia buscan llenar.
APARATOS IDEOLÓGICOS
Como lo planteara el filósofo francés Luis Althuser en los años setenta del Siglo XX, los medios de comunicación hegemónicos, es decir, aquellos que ejercen su poder de desinformación en grandes conglomerados de la sociedad, son aparatos ideológicos del Estado, así como todo el armario jurídico y judicial, sus mecanismos de coerción y sus Fuerzas Armadas, su sistema de relaciones políticas y de partidos, su sistema educativo y de dominación simbólica. Es decir, toda la superestructura ideológica, soporte de la estructura economía de los dueños del capital.
Entonces, basados en portentosas tecnologías y con presupuestos multimillonarios formados a partir de la adscripción a emporios industriales, financieros y de grandes poseedores de tierras, expresan su hegemonía con su incidencia determinante en muy amplias capas sociales. RCN, Caracol, Blu, La W, El Tiempo, El Espectador, El Colombiano, El País, El Heraldo, Semana, etc., los medios del viejo sistema y de los viejos regímenes sucedidos a lo largo de la supervivencia del capitalismo colombiano, ven la democracia solo para ellos, de ahí su construcción hegemónica. Cuando emerge la alternatividad de izquierda o, simplemente, popular, progresista, aúllan diciendo que viene la “censura”, crean el fantasma de la mordaza. No quieren ceder ni un ápice de su inmenso poder en el imaginario social.
Aunque compiten a dentelladas entre ellos en lo económico, como aparatos ideológicos del Estado capitalista los une a todos su defensa del sistema de privilegios que denominan “libertad de prensa”, pero la libertad solo de ellos. El planteamiento de Althuser lo podríamos trasladar hoy a la concepción neoliberal del Estado y de lo público: el imperio del mercado como supuesta expresión de democracia, que disfraza sus contenidos de “noticia” e “información” para delinear la opinión de los subyugados por su imperio de siglos.
¿Qué es todo lo anterior? Ni más ni menos que una dictadura mediática, que esconde los intereses de monopolios extranjeros como el Grupo Prisa de España, de pulpos industriales como el Grupo Ardila Lulle o el Grupo Santo Domingo, de especuladores financieros como el Grupo Aval de Sarmiento Angulo o el Grupo Gilinski, sostén de un libelo conocido como revista Semana, desprestigiado medio de la ultra caverna colombiana.
Todos a una buscan, primero, generar un clima de pánico económico contra el gobierno del presidente Gustavo Petro y de la vicepresidenta Francia Márquez, y lo vienen haciendo desde la misma noche del 19 de junio, la de la victoria, con sus anuncios de incremento automático del dólar y la supuesta salida de capitales del país. Segundo, horadar la base social del nuevo gobierno, la de esas 11.300.000 personas que lo eligieron, como la madre de Medellín que me escribió tan preocupada, víctima del ataque mediático; y, tercero, crear las condiciones para la desestabilización y hacer ingobernable el país con miras a evitar un nuevo gobierno alternativo en 2026 que continúe y desarrolle las transformaciones iniciadas en este 2022. Es la política del terror económico y el caos político inducidos contra los cambios sociales.
MAGNITUD DE LOS DESAFÍOS
El rápido panorama trazado muestra la magnitud de los desafíos que en materia comunicacional tenemos todos, no solo los elegidos por el Pacto Histórico y sus aliados en el Ejecutivo y en el Legislativo, frente a los cuales parece no haber plena determinación de respuesta por parte del nuevo gobierno.
Evidencias de lo anterior existen bastantes. Pero solo mencionemos dos de las más recientes. El sábado 29 de octubre, cuando se producía el acto de entrega por parte del presidente Petro de 150 hectáreas de tierras incautadas al clan narcoparamilitar de los Castaño en Montería, rescatadas también de las garras de la corrupción de la Sociedad de Activos Especiales, SAE, cuando la entidad estuvo en manos del uribismo, no había canal nacional que lo transmitiera, ni siquiera alguno de los del Estado, alguno de los del Sistema de Medios Públicos. Un hecho histórico, como fue el inicio real y concreto de la reforma rural integral, componente primigenio del Acuerdo de Paz de 2016 y pilar del nuevo gobierno, fue silenciado no solo por los medios comerciales, sino por los públicos.
El otro caso fue la reunión entre los presidentes Gustavo Petro y Nicolás Maduro, de la República Bolivariana de Venezuela, el martes 1 de noviembre, en Caracas. Un hecho no solo de extraordinaria importancia para los dos países y pueblos, sino para el foro continental, si se tiene en cuenta todo el cerco tendido por Estados Unidos y sus gobiernos adlátares, empezando por el anterior de Iván Duque, sumiso con su política de odio contra el país hermano, política que tanto daño en todos los órdenes hizo a los dos pueblos. Pues bien, ese encuentro tampoco fue transmitido.
Mientras los dos mandatarios hablaban en Venezuela, en Colombia los canales del Estado hacían mutis por el foro: el Canal Institucional difundía un viejo programa sobre la Covid 19 y el Canal Señal Colombia, reencauchaba un aún más viejo programa infantil de la década de los años noventa del Siglo XX. Nos tocó ver la transmisión en directo por Telesur, que estuvo todo el tiempo emitiendo en vivo, lo mismo que el Canal Estatal Venezolana de Televisión.
Extrañamente, el canal en YouTube de la Presidencia de la República, por el que se transmiten los actos en que interviene el mandatario, funge ahora como el espacio oficial, y se dejan de lado, los canales de señal abierta del Estado.
Así pues, no solo los medios hegemónicos silencian la verdad sobre el proceso de cambios en marcha, sino que los canales del Estado hacen lo propio, y el gobierno, como si no tuviera derecho a ellos, se refugia en un canal de YouTube, con la evidente limitación que ello implica, en una nación con niveles pobres de acceso a internet. Podríamos decir, parodiando el icónico documental sobre la conspiración de ultraderecha en Venezuela, en el caso colombiano la revolución pacífica del cambio tampoco será transmitida.
La verdad es que contra el gobierno del presidente Petro las derechas repiten los mismos libretos puestos en escena frente a gobiernos populares, de izquierda o progresistas para desacreditarlos y hacerles la gestión imposible, como ha ocurrido en Venezuela (con Hugo Chávez y Nicolás Maduro); en Brasil (con Lula da Silva y Dilma Rousseff), en Ecuador (con Rafael Correa), en Bolivia (con Evo Morales y Luis Arce), en Argentina (con Néstor Kirchner), en México (con Andrés Manuel López Obrador), en Honduras (con José Manuel Zelaya), en Perú (con Pedro Castillo) y hasta en Chile (con el muy conciliador de centro Gabriel Boric). Y la lista sigue.
Así, pues, estamos advertidos, y el nuevo gobierno no pude continuar renuente frente a los desafíos y los cambios comunicacionales urgentes que tiene por delante, porque sus importantes proyectos y ejecutorias no serán transmitidas, seguirán siendo tergiversadas, torcidas, desfiguradas por los medos hegemónicos, por la prensa del sistema. Y, peor aún, si se desechan las infraestructuras a las que tiene derecho en el Sistema de Medios Públicos y los canales regionales.
ALGUNAS PROPUESTAS
Por eso, desde este foro, y desde Cali, la capital de la resistencia y del levantamiento popular, nos atrevemos a:
*1.-* Hacer un llamamiento al gobierno del presidente Gustavo Petro y de la vicepresidenta Francia Márquez para que defina una urgente y sólida estrategia comunicacional que permita, primero, mantener informado al pueblo colombiano de manera veraz, masiva y eficaz, sobre sus importantes propuestas y realizaciones, y, segundo desarrollar una permanente pedagogía que contrarreste la manipulación y la desinformación en que están empeñados los medios de comunicación corporativos hegemónicos.
*2.-* Proponer que se asuma, como es su derecho, la gerencia y dirección de Rtvc Sistema de Medios Públicos y que se lleve a cabo su rediseño para que cumpla los fines arriba planteados, en el entendido de que sus dos canales de televisión nacionales (Señal Colombia y Señal Institucional), las 64 emisoras de Radio Nacional, más Radiónica y las emisoras online Señal Clásica, Señal Digital, Radiónica 2 y Radiónica 3, Señal Memoria y Rtvc Play, que lo integran, tengan enfoques que visibilicen las propuestas y acciones del cambio en marcha, y, de igual forma, se conviertan en espacios de participación ciudadana amplia, culturalmente diversa y políticamente democrática, con la solvencia conceptual y difusión de la verdad que no tienen los medios de comunicación del viejo régimen político derrotado.
*3.-* Solicitar que se definan políticas públicas desde el Ministerio de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones, además de los fondos y comisiones existentes, en relación con la democratización del espectro electromagnético, las emisoras comunitarias, los canales regionales de televisión y el acceso masivo en la geografía nacional a los servicios de conexión a Internet, única forma responder a la exclusión de amplios conglomerados y al monopolio de la comunicación digital, hoy en manos de poderosas corporaciones dedicadas, día y noche, a la generación de contenidos falaces y de desinformación contra el proceso político y social de cambio en marcha. Es decir, única forma de democratizar la información.
*4.-* Invitar a los y las periodistas y ciudadanos interesados en el campo comunicacional a nuclearse en el Colectivo Periodismo por la Verdad, para el impulso del debate y la juntanza conceptual sobre el ejercicio del nuevo periodismo, contrahegemónico y realmente alternativo, alejado de prácticas clientelares y orientado a la divulgación de los hechos con el norte de la veracidad y el compromiso con las transformaciones en beneficio de los pueblos y de la justicia social.
*5.-* Anunciar la realización de un taller de periodismo contrahegemónico durante los sábados 4, 11, 18 y 25 de febrero de 2023, con contenidos sobre los que informaremos de manera oportuna, como paso fundamental en el proceso de formación para hacer un nuevo periodismo, en el que sistematicemos las experiencias de resistencia comunicacional vividas y, al mismo tiempo, practiquemos herramientas propias de la investigación, la producción y la diversidad de géneros pertinentes en el ejercicio del oficio periodístico.
Sólo con una política comunicacional que ponga al gobierno a la ofensiva, que no solo informe, sino que también haga pedagogía popular y formación de masas desde los medios públicos y los alternativos, independientes y contrahegemónicos, se podrá cumplirle a tantos miles de colombianos y colombianas, como Martha Yesenia Tascón o la madre preocupada de Medellín, protagonistas sencillas y casi anónimas de la historia del presente con cuyos testimonios les empecé a hablar en la tarde de hoy.
Muchas gracias.
Cali, jueves 3 y viernes 4 de noviembre de 2022.
FOTOS:
1 y 2. Intervención de Luis Alfonso Mena S. y aspectos del auditorio colmado, en el Foro Nuevo Poder, Periodismo Alternativo y Democratización de la Información.
3 y 4. Los asistentes al foro, cumplido el viernes 4 de noviembre de 222, el Auditorio del ´rea Cultural del Banco de la República .
Fotos: Santiago José Mena C. y Luis Alfonso Mena C. Jr.
Con las órdenes de prestación de servicios, los politiqueros están haciendo su agosto. Un fenómeno en todo el país. Entrevista con el director del DAFP, César Manrique. Publicada originalmente en el Diario El País, de Cali.
Por Sofía López Bueno, reportera de El País
Los contratos de prestación de servicio son verdaderos instrumentos clientelares que se buscan para proteger o favorecer a un político determinado”, reconoció el director del Departamento Administrativo de la Función Pública, César Manrique, al explicar que es una de las razones por las que el Gobierno Nacional busca formalizar el empleo oficial en Colombia.
Durante su visita a Cali, el funcionario habló con El País sobre las propuestas que se implementarán desde esa dependencia para darles garantías a quienes trabajan bajo esta modalidad.
Usted se ha preocupado por la formalización del empleo en el país. ¿Vino a la ciudad a socializar una propuesta en ese sentido?
Participé en el foro que convocó el Congreso de la República con la Ministra de Salud y mi tema tuvo relación con la prestación del servicio público de la salud en Colombia. Es un problema que tiene graves consecuencias y que necesitamos solucionar.
Llevé la propuesta que está planteando el Gobierno Nacional para formalizar el empleo, porque la precariedad se ha tomado ese sector. Desde la Administración Pública es en donde este fenómeno ha hecho carrera y ha causado grandes estragos en contra de la buena prestación del servicio.
También me reuní con los alcaldes de Jamundí, Palmira y Cerrito y con algunos órganos de control del departamento para socializar las propuestas de la función pública que tienen que ver con la formalización del empleo, el rediseño institucional del Estado y la implementación y profundización del mérito como el mecanismo para el ingreso de hombres y mujeres a los cargos del Estado colombiano.
¿Cómo se está dando esa formalización de empleos en el sector público del país?
Nosotros tenemos unos diagnósticos, hemos encontrado que hay una alta precarización del empleo en Colombia; el empleo público se ha privatizado y necesitamos recuperarlo para la actividad pública y los fines esenciales del Estado social de derecho.
Lo necesitamos hacer como responsabilidad de un gobierno, pero también para responder con eficacia y calidad a la prestación de los bienes y servicios que tenemos con las entidades públicas. Hay muchos modelos para este objetivo, uno podría ser la ampliación de plantas de personal, que se haría a través de empleos provisionales.
Exactamente los mismos salarios asignados a las personas de planta en la carrera administrativa serán los que se ganarían las personas del empleo temporal.
Si una persona es profesional universitario grado uno y está en planta, la persona que entra en planta temporal ganaría el mismo salario, tendría las mismas prestaciones sociales, las mismas garantías y las mismas condiciones laborales. Lo único que sucede es que ese contrato temporal que tiene una fecha de iniciación y una de terminación, entonces no tiene estabilidad.
Donde no hay recurso fiscal estamos proponiendo plantas temporales para reemplazar el sinnúmero de contratos de prestación de servicios, así como en las ofertas públicas que deben hacer municipios y entes territoriales en torno a sus empleos.
¿Qué garantías laborales le va a dar el Estado a las personas que llevan muchos años trabajando bajo esta modalidad?
Los contratistas no tienen ninguna garantía porque no son de una naturaleza laboral sino civil. En esos contratos de prestación de servicios la seguridad social está a cargo de la misma persona que suscribe el contrato con el Estado; no tiene ninguna garantía laboral, lo que se acabaría con las plantas temporales.
¿Qué herramientas de evaluación piensan implementar para supervisar la contratación estatal en Colombia?
Los concursos que hace la Comisión Nacional de Servicio Civil, hasta donde tengo entendido, tienen una alta calidad y garantía ética y de transparencia. Para los concursos para plantas temporales se va a hacer un proceso con características meritocráticas, pero no lo va a hacer la Comisión, porque no es para carrera administrativa, sino para plantas temporales.
¿Qué hará la dependencia a su cargo para evitar la ‘extorsión’ a los contratistas por parte de los políticos que les exigen votos a cambio de renovar sus contratos?
Esos contratos de prestación de servicio son verdaderos instrumentos clientelares que se buscan para proteger o favorecer a un político determinado, que en las entidades públicas como hospitales, organismos nacionales, ministerios son un instrumento que no posibilita la expresión democrática, sino que la distorsiona y crea conductas que son penalizadas, como delitos contra la administración pública y contra el sufragio electoral.
Es cierto, yo lo comparto y precisamente por eso estamos diciendo que las plantas temporales son una posibilidad de transición para reemplazarlas e impedir que sean utilizadas como mecanismo para elegir o favorecer ciertos candidatos del Gobierno o a una institución determinada.
El Gobierno ha hablado de una reestructuración del Estado. ¿En qué consistiría?
Cada ministro y cada jefe de autoridad administrativa tiene que hacer su propio estudio de cargas laborales para establecer cuántos son los funcionarios y las funcionarias que necesita para cumplir la misionalidad.
En ese orden de ideas, le corresponde de forma autónoma e independiente a cada entidad ministerial tomar las medidas pertinentes para desarrollar la labor. No es una labor automática sino que tiene que ser a través de mecanismos legales y de métodos que están reglados para determinar cuántos servidores públicos necesitamos.
Hay municipios del país en los que no hay funcionarios ni entidades del Estado. ¿Qué se va a hacer para mejorar esa situación?
Nosotros queremos fortalecer institucionalmente a 970 municipios de categoría sexta donde no hay ninguna presencia institucional.
Queremos fortalecer la capacidad institucional de los municipios que no tienen las herramientas suficientes para contratar funcionarios, ya sea por la distancia o los bajos salarios, y a los que no tienen la posibilidad de vincular personas que contribuyan en la elaboración de planes de desarrollo o esquemas de ordenamiento territorial.
Es una tarea ardua, pero con el concurso de los mandatarios locales y el trabajo concertado de toda la institucionalidad del Estado colombiano podemos hacer una efectiva presencia en los municipios.
Alrededor del tema de la paz se han impulsado muchas iniciativas. Una boutique muy singular, es uno de los ejemplos. Le invitamos a leer esta nota reveladora. Crónica.
Santiago Cruz Hoyos | Publicado originalmente en el diario El País, de Colombia
La boutique de la paz está ubicada dentro de la Casa de la Paz, en Bogotá. Allí comparte un espacio con la cerveza La Trocha, artesanal, y con Confecciones La Montaña, que hace uniformes y morrales escolares. Todos son emprendimientos conformados por excombatientes de las Farc que dejaron sus armas en 2017.
Ella cuenta que hizo pedagogía por la paz y que lloró cuando ganó el No en el plebiscito. “Hago parte de la generación que tiene la esperanza de vivir un día en paz en Colombia. El conflicto ha sido muy largo y para nosotros no ha habido esa oportunidad. Y tengo dos pasiones: la política y la moda. Son dos temas que aparentemente no tienen puntos de encuentro, pero busqué las formas de enlazarlos.
Descubrí cómo hacerlo después de hacer una visita a las zonas veredales donde los guerrilleros empezaban su transición a la vida civil. Me enamoré del proceso de reincorporación”, cuenta.Mientras estudiaba en la universidad, a Ángela le llamó la atención, mientras leían en clase los voluminosos capítulos del Acuerdo entre el gobierno Santos y las Farc, que el capítulo de reincorporación apenas tenía ocho páginas.
Ángela se preguntaba si acaso reincorporar a 13 mil excombatientes era tan fácil como para despacharlo en una estrategia tan corta, o si no era tan importante como para darle despliegue, pero algo no le cuadraba. Fue cuando hizo la visita a las zonas veredales.
Allí entendió que era muy difícil, en un país polarizado, que 13 mil excombatientes se reincorporaran a la vida civil, laboral. Entonces se le ocurrió que la moda podría facilitar el proceso. El presupuesto para poner en marcha lo que tenía en mente era menos de la mitad de un salario mínimo: $320.000.
A Ángela no le importó. También contaba con unas máquinas de coser donadas a la cooperativa Tejiendo Paz, de los excombatientes de las Farc, con quienes empezó a trabajar. Así nació Manifiesta, ropa hecha por exguerrilleros. La primera producción de la marca fue unos kimonos. Todo sucedió en el espacio de reincorporación de Icononzo, Tolima.
La iniciativa fue tan bien recibida por la sociedad colombiana, que ahora es un emprendimiento que vende diez mil prendas al año y genera empleo para 12 firmantes del Acuerdo y dos víctimas del conflicto. Desde hace dos años la empresa también trabaja con familiares de soldados que murieron en combates con las Farc. Fue idea de los excombatientes: demostrarle al país que sí es posible reconciliarse, que los actores del conflicto, que algunos insisten en mostrar como antagonistas y opuestos, en realidad no es tan así, trabajan juntos para que la guerra no se repita en Colombia.
Ángela se sonríe. Han pasado cosas tan maravillosas con la marca, dice, como personas que llegan a la tienda en diciembre para comprar camisetas para quienes votaron el No en el plebiscito o se siguen oponiendo al Acuerdo; la ropa como puente para conversar sobre lo que están haciendo quienes dejaron las armas.
En las pasadas elecciones a Congreso y Presidencia no fueron pocos los que fueron a votar con la ropa de Manifiesta, cuyos estampados dicen por ejemplo “No le camino a la guerra”, “Soñar con un país en paz”, “Siempre fashion, nunca facho”, y además, los que resultaron elegidos, también se la ponen.
Como la ministra de Minas, Irene Vélez. “Sentimos que estamos logrando lo que queremos: la ropa como herramienta para que los que piensan diferente hablen de política. Ahora el mensaje al nuevo gobierno, al sector privado, es que los proyectos de los firmantes de paz han logrado mucho estando solos. Con apoyo seremos más grandes, seremos mejores. La invitación es que se fijen en estas empresas que están surgiendo en los territorios y que no solo están impactando a los excombatientes sino a la sociedad. Hay una sensación de esperanza”, dice Ángela, mientras hace maletas para viajar a Cali. Dos firmantes del Acuerdo se casan y Manifiesta diseñó el vestido de la novia.
Las mágicas selvas del departamento de Chocó se convirtieron en la peor trampa para una columna guerrillera que desembarcó allí proveniente de la isla de Cuba en marzo de 1981. Esa aventura concluyó con la desaparición a manos del Ejército Nacional de 35 de sus integrantes. El escritor Darío Villamizar recuperó esa historia.
Publicado originalmente en el Portal Verdad Abierta
El 6 de febrero de 1981 un grupo de 40 guerrilleros del Movimiento 19 Abril (M-19) llegó a las playas de la Ensenada de Utría en la zona media del departamento de Chocó. Venían de recibir instrucción militar y política en Cuba, y se aprestaban a iniciar una larga caminata entre la manigua para alcanzar las estribaciones de la cordillera Occidental, en límites con Antioquia y Risaralda.
Ninguno de los que viajó desde la isla del Caribe conocía con detalle la región. Eso sí, los animaba el espíritu insurgente, “las ganas de echar pa’lante” y buscar a través de las armas un camino para un mejor país, estimulados por el triunfo de la revolución sandinista en Nicaragua. Pero eso no sería suficiente.
Entre ese grupo de combatientes del M-19 venía Carmenza Cardona Londoño, más conocida en el país como ‘La Chiqui’, una mediática guerrillera que condujo las negociaciones con el gobierno del entonces presidente Julio Cesar Turbay Ayala (1978-1982) luego de la toma de ese grupo subversivo a la Embajada de República Dominicana en Bogotá el 27 de febrero de 1980 para canjear a los diplomáticos por presos políticos.
Darío Villamizar, escritor y ex militante del M-19, autor de un episodio desconocido del M-19 en el Chocó
Tras unas prolongadas negociaciones, que concluyeron el 27 de abril de ese año, el comando del M-19 entregó a los funcionarios y, a cambio, los guerrilleros fueron enviados a Cuba. Varios de ellos regresarían un año después al país, armados y preparados para continuar la guerra, pero se enfrentaron a la selva chocona, las comunidades indígenas y a las tropas del Ejército. Entre todos ellos doblegaron, sin misericordia, el espíritu insurgente tres meses después de aquel desembarco.
La tragedia se avizoró desde el segundo día del desembarco: “En estos momentos comenzaron a perfilarse los errores que se cometieron en la organización de este trabajo. No había comida, ni siquiera sal, no había plásticos suficientes ni medicamentos, no existió un campamento apropiado ni caminos ni información de la zona”, escribió luego Ventura Díaz, uno de los guerrilleros inmerso en aquella aventura y quien sobrevivió a aquella singular marcha, junto con otro de sus compañeros.
Ese profundo drama contrastó con las nuevas percepciones de la situación del país que con juicio consignaba ‘La Chiqui’ en su diario a medida que avanzaban en la cerrada manigua chocoana. El 18 de abril, sábado, escribió: “Yo veo ya lejos la camioneta donde hice la negociación, la concepción de la guerra ha variado mucho en este año, no es con diálogos que ganaremos la guerra, es al calor de las balas y hombro a hombro con el pueblo”.
Pero los cambios también estaban del lado del gobierno nacional y de sus Fuerzas Armadas, que se habían modernizado, eran más eficaces y no escatimaban recursos ni las frenaban las normas del respeto a los derechos humanos para combatir la insurgencia, como lo hizo en la selva chocoana.
Esa tragedia aún continúa para las familias de los insurgentes, pues 35 de ellos, ‘La Chiqui’ incluida, continúan desaparecidos luego de ejecutada la Operación Córdova por tropas de la VIII Brigada del Ejército. De hecho, la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas (UBPD), creada bajo el Acuerdo de Paz firmado entre el Estado colombiano y la extinta guerrilla de las Farc, dispuso desde 2019 un plan de búsqueda de los restos de esos excombatientes, sin que se conozcan públicamente resultado alguno.
Entrega de armas por parte del M-19, en una etapa en que le creó a los gestos de paz del gobierno nacional. En la gráfica el comandante Carlos Pizarro Leóngomez – Foto Revista Semana
De lo ocurrido en la manigua chocoana se ocupa el nuevo libro de Darío Villamizar, escritor y exintegrante del M-19, titulado “Crónica de una guerrilla perdida: la historia inédita de la columna del M-19 que desapareció en la selva del Chochó” (Penguin Random House Grupo Editorial, 2022), que fue presentado el pasado viernes en la Feria Internacional del Libro de Bogotá (FILBO).
VerdadAbierta.com abordó a Villamizar un día antes de su presentación en la FILBO para hablar de las sensaciones que le ha dejado rastrear y escribir estos sucesos, así como de sus principales protagonistas y sus consecuencias. Advirtió que “es una historia triste, de muerte, de desapariciones”.
La guerrilla del M-19, de naturaleza principalmente urbana, tuvo una gran acogida entre la juventud. En el centro de la fotografía la legendaria guerrillera “La Chiqui”.
Revisión de los hechos
VerdadAbierta.com (VA): Las historias de la insurgencia armada están muy desvalorizadas en el país y en buena parte de América Latina. ¿Por qué arriesgarse con una crónica sobre hechos ocurridos hace cuatro décadas?
Darío Villamizar (DV): Tienes razón, estos no son temas de todos los días ni de todas las horas, son temas que han ido pasando un poco. Yo me lo explico en la medida que el conflicto político armado ha ido decreciendo, ya no hay la intensidad de los años ochenta; sin embargo, éstas siguen siendo historias desconocidas.
Fíjate que esta crónica lo que cuenta es eso: una historia que ocurrió hace mucho tiempo, pero de la cual se sabe poco; incluso, quienes hacíamos parte del M-19 no conocíamos esa historia. Teníamos unas referencias muy generales, de qué mandos o de qué personas habían muerto ahí o estaban desaparecidas, cuál era la intención general de esa operación, pero no teníamos el detalle que, finalmente, se pudo consignar en el libro.
Yo creo que esa es una de las razones fundamentales: dar a conocer estas historias, que no se pierdan y, sobre todo, historias de personas como ‘La Chiqui’, que fue una mujer emblemática para la guerrilla en Colombia y que muy poco se supo de su final. Ella misma nos deja ver en el diario que escribió cómo fueron esas tristes semanas de 1981.
VA: ¿La información en el M-19 era tan compartimentada que ese suceso no fue revelado en su momento en la organización?
DV: La información se conoció, básicamente, por la prensa, pero la información era compartimentada; además de eso, se sucedían acciones tras acciones, entonces casi que de inmediato vino una acción muy grande, la del Karina, el barco que quiso entrar por el Pacífico y que fue hundido por la Armada. Esa fue una operación que ocurrió dos meses después de los sucesos del Chocó.
Entonces una operación iba opacando otra operación, y no eran muchos los espacios para discutir esto que estaba ocurriendo. Por decirte que la siguiente reunión grande después de estos sucesos fue en 1982. Antes no hubo otros momentos para discutir, para pensar, para analizar qué era lo que estaba ocurriendo.
Al caribeño, Jaime Báteman Cayón, se atribuye el ser uno de los fundadores de la guerrilla urbana del M-19, inspirada en la legendaria insurgencia de los tupamaros.
VA: A través de la tragedia que vive la columna de guerrilleros que desembarcó en las playas choconas, se percibe una dirigencia desconectada de la realidad de los territorios, de las comunidades. ¿Es así?
DV: Hubo una sobrevaloración de la fuerza. Pretender que 40 combatientes atraviesen esa selva profunda como es el Chocó en unas condiciones de mínimos o casi nulos apoyos de comunidades era un despropósito por decir lo menos. Creo que no hubo un estudio previo de las condiciones políticas, económicas y sociales de la región. Y no se contó con unos apoyos suficientes para hacer esa travesía.
Listado de desembarcados en la Ensenada de Utría
VA: ¿Podemos concluir entonces que fue una operación improvisada?
DA: Yo creo que ahí sí hay improvisación y aparte de eso también creo que hay mucho voluntarismo, mucho afán de hacer las cosas. En alguna parte del libro digo que la época era casi una consigna de dos palabras: “Hágale, compañero”. Y significaba seguir para adelante, pese a las dificultades y a las contingencias que se estaban presentando, para lograr los propósitos que se tenían.
Todo eso se sintetiza en una palabra, voluntarismo, que fue un elemento que dominó por un largo tiempo el accionar del M-19.
En esta camioneta van se realizaron por más de cincuenta días, las negociaciones entre el gobierno nacional y el M1-9 en cabeza de la legendaria “Chiqui”, cuyo nombre real era Carmenza Cardona Londoño.
VA: En un aparte del libro, uno de los guerrilleros que desertó de aquella operación calificó al M-19 de oportunista, inmediatista, socialdemócrata y aventurero. ¿Está de acuerdo con esa descripción?
DV: Yo no la comparto. Tal vez lo único que compartiría de esa afirmación, de esas cuatro categorías, digámoslo así, es la de socialdemócrata porque el M-19, a partir de 1980, empieza a identificarse con esa corriente política que tenía muchísima fuerza en ese momento en el mundo.
Pero las otras no lo comparto. Por supuesto que hubo momentos de improvisación, de falta de planeación, de excesiva confianza en la propia fuerza, pero de ahí de catalogar a la organización y a la dirigencia como oportunista es un concepto que no comparto.
VA: En algunos apartes de su libro se perciben algunas acciones del M-19 como ingenuas. ¿Considera que el M-19 fue una guerrilla ingenua?
DV: Si, puede ser ingenuidad. Yo creo que esa excesiva confianza en la propia fuerza tiene un trasfondo de ingenuidad. Creo que desconocer los avances los avances que tenía la Fuerza Pública también es un poco de ingenuidad.
Pero también tenemos que partir de una realidad muy concreta y es que estábamos viviendo bajo el Estatuto de Seguridad, un periodo muy complejo para el país, donde el respeto a los derechos humanos fue mínimo; qué no decir del respeto a los combatientes. No había una situación favorable para actuar de otra manera.
Te aceptaría lo de la ingenuidad, pero dentro de esas categorizaciones. Pero no era una ingenuidad que buscara perjudicar a la organización. La palabra oportunismo si creo que tiene mucho de eso, satisfacer un interés personal o grupista.
Una escena dolorosa para Colombia: el gobierno se negó a entrar en diálogo con la guerrilla del M-19 y prefirió sacrificar la vida de decenas de civiles.
VA: Una vez concluida su crónica, ¿cambió en algo su percepción sobre Jaime Bateman, el máximo dirigente del M-19 en aquellos años?
DV: Yo creo que él pudo haber hecho más en ese momento, pudo haber profundizado una reflexión, pudo haber analizado y haber avanzado en una autocrítica. Claro, decir esto más de 40 años después es muy sencillo, pero creo que sí era necesario que el M-19 hubiera ordenado muchos más espacios de mayor discusión y deliberación.
Ahora había una situación que también dificultada todo. La organización estaba estructuralmente incompleta. La cabeza la había prácticamente arrancado. Todos los miembros del Comando Superior y muchos de la Dirección Nacional estaban presos. Y habían pasado por detenciones arbitrarias, por la tortura. El único del Comando Superior que estaba libre era Jaime Bateman, quien estaba dirigiendo una organización en condiciones bastante precarias de acompañamiento. Eso también puede explicar un poco las dificultades y las incongruencias.
Hubo mandos que asumieron tareas para las cuales no estaban preparados porque otros mandos mejor preparados y con mayor formación estaban presos.
VA: Para aquella época de los hechos, ¿cuál era su función en la estructura del M-19?
DV: En 1981 estaba fuera del país, estaba haciendo lo que nosotros llamábamos trabajo internacional, que era un trabajo amplio, abierto y también clandestino. Yo estaba en Ecuador, eso no es un secreto, porque en alguna oportunidad me detuvieron y, por supuesto, que eso se conoció.
Jaime Báteman Cayón, antes de morir en un accidente aéreo, le propuso al gobierno nacional avanzar hacia la concresión de una paz dialogada.
“Solidaridad” de Cuba y Panamá
VA: Su crónica deja muy claro el papel que los gobiernos de Cuba, con los hermanos Castro a la cabeza, y Panamá, con Omar Torrijos, tuvieron un papel clave en la operación que llevó a los 40 combatientes a la Ensenada de Utría. ¿Qué análisis hace al respecto?
DV: Esas situaciones se veían como solidarias. Estamos hablando de 1980, 1981: había triunfado la revolución sandinista en Nicaragua (1979) y era un momento de máximo avance de las fuerzas revolucionarias en Centroamérica. Es decir, había toda una euforia en favor de la lucha armada, eso no se puede negar.
De manera que ese apoyo cubano con relación a la capacitación militar se veía como parte del internacionalismo, como la solidaridad que ellos, por el hecho de ser una revolución avanzada, brindaban a los movimientos revolucionarios de América Latina. No fue sólo al M-19, sino a muchísimas organizaciones del continente y de otros continentes.
Y con relación a Panamá diría lo mismo, estaba a la cabeza del gobierno Omar Torrijos, un militar nacionalista, revolucionario, que había logrado que el canal transoceánico pasara a manos panameñas; además, y, además, tenía una preocupación por la paz en Colombia.
VA: ¿Y cómo ese interés de Torrijos se articulaba con las operaciones del M-19?
DV: Estamos en 1981, y para ese momento la organización había hecho propuestas relacionadas con la posibilidad de una negociación política del conflicto. Jaime Bateman, durante la toma de la Embajada de República Dominicana había escrito una propuesta de paz.
De manera que el M-19 buscaba con estas acciones del Chocó, Nariño y Putumayo, acortar los tiempos de la guerra, había las condiciones para seguir cabalgando sobre una propuesta de paz y en eso se mantuvo durante la década de los años ochenta hasta lograr la paz en el noventa.
VA: Con la creación de la Comisión de Esclarecimiento de la Verdad, ¿usted cree que ambos países, como Estados, deberían aportar algo al respecto de ese tipo de apoyos a la insurgencia colombiana?
DV: No sé si la Comisión de la Verdad ha avanzado en ese sentido, pero creo que parte de la verdad y de las incógnitas que todavía existen sobre el conflicto están en esos países. De hecho, los cubanos en una época tuvieron unos archivos muy organizados de todas sus actividades, no los dejaban ver, pero tenían registros de lo que hacían, de quiénes, cómo, dónde, con quién y por qué, sí lo tenían. Verlos sería un gesto para alcanzar una verdad más integral de lo ocurrido en Colombia.
La retoma del Palacio de Justicia por parte del ejército, llevó a que civiles fueran literalmente sujetos a “ejecuciones sumariales” por considerarlos cercanos al M-19.
En busca de los cuerpos
VA: ¿Cuál es su valoración sobre el comportamiento del Ejército en la persecución, eliminación y desaparición de los combatientes del M-19 en Chocó?
DV: El Ejército actuó en esta operación como estaba actuando en muchas otras actividades antisubversivas, sin ningún miramiento a los derechos humanos. Recordemos que estaba vigente el Estatuto de Seguridad, bajo el cual las Fuerzas Armadas tenían un visto bueno para sus actuaciones.
Recordemos también que organismos internacionales como al Comisión Interamericana de Derechos Humanos y Amnistía Internacional estuvieron atentos al desarrollo de las violaciones a los derechos humanos en Colombia.
Este es un caso de desaparición forzosa, de los 40 combatientes que llegaron a la Ensenada de Utría 35 están desaparecidos. El hecho ha sido conocido por la UBPD, que ha hecho varias misiones de prospección. Creo que todavía hay una gran parte de la verdad de lo que ocurrió que está por resolverse y puede resolverse por la vía de la localización de los cuerpos de las personas que se encuentran desaparecidas.
VA: ¿Habrá militares activos, o por lo menos vivos y ya retirados, que puedan saber de esa operación y de lo ocurrido con los combatientes?
DV: Yo estuve tanteando por esos lados y no tengo información directa de personas que hayan participado en los sucesos.
VA: ¿Su libro tiene algún mensaje para el Ejército?
DV: Sé que varios oficiales en servicio activo o en retiro han leído el libro, y claro, en el fondo lo que quisiéramos todos es que de parte del Ejército se diera la mayor información posible. Casos como el que relato de la familia Montaña Sanabria, en la que nueve personas de esa familia estuvieron comprometidas en estos hechos de parte de la guerrilla. Son familias que aún están esperando conocer a fondo la verdad de lo que ocurrió.
VA: ¿Cuál ha sido la tarea de la UBPD en este caso?
DV: La Unidad de Búsqueda ha hecho su tarea en distintas partes del territorio, pero no ha tenido resultados exitosos, de manera que no hay ninguna evidencia aún.
Ejercicio de memoria
En la gráfica el escritor Darío Villamizar. Vivió las mejores épocas de lucha del M-19, según lo relata.
VA: En medio de los hechos de hace cuatro décadas y ahora en la búsqueda de los restos están las comunidades afros e indígenas del Chocó. ¿En el desarrollo de su investigación, tuvo la oportunidad de hablar con algunos de sus voceros o voceras?
DV: Sí. Para este trabajo hice cuatro viajes a Chocó, el primero de ellos fue a la Ensenada de Utría, donde desembarcaron, ahí tuve la oportunidad de hablar con pobladores de la región, que en aquellos años eran jóvenes, y con dos de los tres de los conductores de los botes en los que se transportaron los combatientes (el terceo ya había muerto), y con sus familias.
Después ya las regiones más hacia la cordillera Occidental, en la zona habitada por afrodescendientes e indígenas Emberá, hablé con pobladores. En el libro está el acta de defunción de doce guerrilleros que, presumiblemente, fueron enterrados en una población que se llama Piedra Honda, por los lados del Alto Andágueda, habitado por unas 300 personas, donde hay mucha pobreza.
Ahí tuve la oportunidad de hablar con hombres y mujeres que, en esa época también estaban muy jóvenes, y pudieron ver situaciones como, por ejemplo, el desembarco de los cuerpos que llevaron a esa población en helicóptero. Las personas recuerdan estos hechos con tristeza.
VA: No fue fácil para esas comunidades la situación. Les llegaba la guerra.
DV: Es una población afro e indígena afectada: unos armados que llegaron a su territorio sin nadie haberlos llamado; detrás de ellos llegaron otros armados que también venían con intención de capturarlos o de darlos de baja.
VA: ¿Habló con las familias sobre el tema? ¿Cómo han reaccionado a su historia?
DV: Algunas familias lo han leído, particularmente hay una familia en la que tres de sus integrantes lo leyeron muy emocionados y se han conmovido profundamente. Hay familias que durante 40 años no supieron nada de esta historia, entre ellas la mamá de ‘La Chiqui’, a quien personalmente le entregué una copia de su diario. Ella me dijo que es lo primero que recibe de su hija en 40 años. Ese es el nivel de los sentimientos que están puestos en el libro.
VA: Por último, poco se habla de combatientes guerrilleros desaparecidos en combate a manos del Ejército. Casos como el de Chocó debe haber en otros lados. ¿Por qué es necesario saber de eso en el país?
DV: Generalmente se habla de guerrilleros muertos en combate, pero poco se dice de guerrilleros que fueron desaparecidos, pero es un hecho. En este caso mis preguntas a mí mismo, y mis preguntas en el libro, y mis preguntas a los otros actores armados son: ¿dónde están sus cuerpos?, ¿dónde fueron enterrados?
Ensayo de la escritora bielorusa y premio Nobel, Svetlana Alexiévich , publicado originalmente en la Revista Granta en español
Publicado originalmente en la revista literaria Granta
En 1986 decidí no volver a escribir sobre la guerra. Después de acabar mi libro La guerra no tiene rostro de mujer, durante mucho tiempo no pude soportar ver a un niño a quien le sangrase la nariz. Supongo que cada uno de nosotros tiene una determinada capacidad de protección contra el dolor; la mía se había agotado.
Dos acontecimientos me hicieron cambiar de opinión.
Iba conduciendo hacia un pueblo y recogí a una niña por el camino. Había ido a comprar a Minsk y llevaba una bolsa de la que sobresalían cabezas de pollos. En el pueblo nos recibió su madre, llorando junto a la verja del jardín. La niña corrió hacia ella.
La madre había recibido una carta de su hijo Andréi. La carta tenía remite de Afganistán.
—Lo traerán como trajeron a Iván el de Fiodorina —dijo—, y cavarán una tumba para meterlo dentro. Mira lo que escribe: «Mamá, ¿no es estupendo? ¡Soy paracaidista…!».
Y después hubo otro episodio. En la zona de espera medio vacía de la estación de autobuses de la ciudad había un oficial del Ejército sentado con una maleta. A su lado, un muchacho delgado con corte de pelo militar escarbaba con un tenedor en el tiesto de una planta de plástico. Dos mujeres de campo se sentaron al lado de los hombres y les preguntaron quiénes eran. El oficial les contestó que estaba escoltando a casa a un soldado raso que se había vuelto loco.
—Lleva escarbando desde que salimos de Kabul con cualquier cosa que cae en sus manos: una pala, un tenedor, un palo, una pluma.
El muchacho alzó la mirada. Tenía las pupilas tan dilatadas que parecían cubrirle los ojos enteros.
Y en esa época la gente seguía hablando y escribiendo sobre nuestro deber internacionalista, los intereses del Estado, nuestras fronteras al sur. La censura se encargaba de que los informes de la guerra no mencionasen a nuestras víctimas mortales. Sólo se oían rumores de notificaciones de fallecimientos que llegaban a cabañas en zonas rurales y de ataúdes de zinc reglamentarios que entregaban en viviendas prefabricadas. No tenía intención de volver a escribir sobre la guerra, pero me vi inmersa en una.
Durante los tres años siguientes hablé con muchas personas en mi país y en Afganistán. Cada confesión era como un retrato. No son documentos, son imágenes. Intentaba presentar una historia de los sentimientos, no la historia de la guerra misma. ¿Qué pensaban las personas? ¿Qué las hacía felices? ¿Cuáles eran sus miedos? ¿Qué permanecía en su memoria?
La guerra de Afganistán duró el doble que la segunda guerra mundial, pero sólo sabemos de ella lo poco que resulta seguro que sepamos de ella. Ya no es ningún secreto que cada año, durante diez años, 100.000 soldados de las tropas soviéticas fueron a luchar en Afganistán. Oficialmente, 50.000 hombres resultaron muertos o heridos. Se puede creer esa cifra si se quiere. Todo el mundo sabe cómo hacemos las sumas. Aún no hemos acabado de contar ni de enterrar a todos los que murieron en la segunda guerra mundial.
En el relato que sigue no he mencionado los nombres reales de las personas. Algunas pidieron que sus testimonios fueran confidenciales; respecto de otras, no considero que pueda exponerlas a una caza de brujas. Vivimos todavía tan cerca de la guerra que no hay escondite alguno para nadie.
Una noche dormía cuando sonó el teléfono.
—Escucha —empezó a decir una voz de hombre sin identificarse—, he leído tu basura. Si publicas siquiera una palabra más…
—¿Quién es usted?
—Uno de los tipos sobre los que escribes. ¡Dios, cómo detesto a los pacifistas! ¿Alguna vez has subido una montaña con todo el equipo de marcha a cuestas? ¿Has estado dentro de un transporte blindado de tropas a setenta grados? Y una mierda has estado. ¡Vete a tomar por culo! ¡Es nuestra! No tiene nada que ver contigo, ¡joder!
Le pregunté otra vez quién era.
—¡Venga ya! ¿No? Mi mejor amigo, era como mi hermano, y lo traje metido en una bolsa de celofán después de un ataque. Lo habían despellejado, le habían cortado la cabeza, los brazos, las piernas, la polla, todo amputado… Él podía haber escrito sobre eso, pero tú no. La verdad estaba dentro de ese saco de celofán. ¡Que os jodan a todos! —colgó; el sonido en el auricular fue como una explosión.
Podría haber sido mi testigo más importante.
Una esposa
—No te preocupes si no recibes cartas —escribió—. Sigue escribiendo a la dirección anterior.
El ataúd era demasiado pequeño y olía mal. No me podía inclinar para besarlo. Así es cómo me devolvieron a mi marido. Me arrodillé delante de lo que una vez fue lo que más quise en el mundo.
Después nada durante dos meses. Nunca me imaginé que estuviese en Afganistán. Estaba preparando las maletas para ir a verlo en su nuevo destino.
No escribía nada sobre una guerra. Decía que se estaba poniendo moreno y que iba de pesca. Envió una foto de él sentado sobre un burro, con las rodillas en la arena. No me enteré de que estaba en una guerra hasta que vino a casa de permiso. Nunca solía mimar demasiado a nuestra hija, nunca mostraba ningún sentimiento paternal, quizá porque fuese pequeña. Ahora, cuando volvía, se pasaba las horas sentado mirándola, con unos ojos tan tristes que daban miedo. Por las mañanas se levantaba y la acompañaba a la guardería, le gustaba llevarla a hombros. Por la tarde la recogía. De vez en cuando íbamos al teatro o al cine, pero lo único que de verdad quería era quedarse en casa.
Todo el cariño le parecía poco. Le molestaba hasta el tiempo que pasaba arreglándome para ir al trabajo o preparándole la cena en la cocina.
—Siéntate aquí conmigo. Olvídate hoy de las chuletas. Pídete unos días libres mientras esté en casa.
Cuando llegó la hora de que cogiese el avión, lo perdió adrede para que tuviésemos dos días más. La última noche fue tan bueno que me puse a llorar. Se me caían las lágrimas, y él no decía nada, sólo me miraba y me miraba. Luego dijo:
—Tamara, si alguna vez estás con otro hombre, no olvides esto.
—¡No digas tonterías! —le respondí—. Jamás te matarán. Te quiero demasiado para que puedan hacerlo.
—Déjalo —me dijo riendo—. Ya no soy ningún niño.
Hablamos de tener más hijos, pero dijo que no quería más por ahora.
—Cuando vuelva, puedes tener otro. ¿Cómo te las ibas a arreglar tú sola?
Cuando no estaba me acabé acostumbrando a la espera, pero si veía un coche fúnebre por la calle, me sentía enferma, y quería gritar y llorar. Iba corriendo a casa y me ponía a rezar de rodillas, delante de donde estaba colgado el ícono.
Svletana escribe bastante sobre la guerra, pero, también, sobre la tragedia de Chernóbil donde explotó un reactor nuclear.
—¡Sálvamelo, Dios! No dejes que muera.
Fui al cine el día que sucedió. Me senté allí, mirando a la pantalla sin ver nada. Tenía los nervios de punta. Era como si estuviese haciendo esperar a alguien o hubiera un lugar al que tuviese que ir. Apenas aguanté hasta el final de la película. Si lo pienso, creo que debió de ser durante la batalla.
Pasó una semana antes de que me llegase ninguna noticia. Durante toda esa semana, si empezaba a leer un libro lo tenía que dejar. Incluso recibí dos cartas suyas. Normalmente me habría puesto contentísima, las habría besado, pero esta vez sólo me hicieron preguntarme cuánto tiempo más iba a tener que esperarlo.
El noveno día después de que lo mataran, me llegó un telegrama a las cinco de la mañana. Lo metieron por debajo de la puerta. Era de sus padres: «Ven. Petia muerto.». Grité tanto que desperté al bebé. No tenía ni idea de qué debía haber ni adónde ir. No tenía dinero. Envolví a nuestra hija en una manta roja y salí a la calle. Era demasiado temprano para que pasaran autobuses, pero un taxi se paró.
—Necesito ir al aeropuerto —le dije al taxista.
Me respondió que estaba acabando su turno y cerró la puerta.
—Han matado a mi marido en Afganistán.
Salió del coche sin decir una palabra, y me ayudó a entrar. Me llevó a la casa de una amiga, que me dejó dinero. En el aeropuerto dijeron que no quedaban billetes para Moscú, y a mí me daba miedo sacar el telegrama del bolso para enseñárselo. Tal vez todo fuese un error. No dejaba de decirme a mí misma que si seguía pensando que estaba vivo, lo estaría. Estaba llorando y todo el mundo me miraba. Me pusieron en un avión de carga que llevaba un cargamento de maíz a Moscú; desde allí cogí una conexión a Minsk. Aún me quedaban 150 kilómetros hasta Staryia Darogui, donde vivían los padres de Petia. Ninguno de los taxistas quería conducir hasta allí, por mucho que rogase y suplicase. Por fin llegué a Staryia Darogui a las dos de la mañana.
—¿Tal vez no sea verdad?
—Es verdad, Tamara, es verdad.
Por la mañana fuimos al comisariado militar. Fueron muy formales. «Se le notificará cuando llegue.» Esperamos dos días antes de llamar al comisariado militar provincial de Minsk. Nos dijeron que sería mejor que fuésemos nosotros a recoger el cuerpo de mi marido. Cuando llegamos a Minsk, el funcionario nos dijo que lo habían enviado por error a Baránavichi. Baránavichi distaba otros cien kilómetros y cuando llegamos al aeropuerto ya era después del horario laboral; no había nadie más que un vigilante nocturno en su garita.
—Hemos venido a recoger…
—Por ahí. —Señaló hacia un rincón a lo lejos—. Miren si esa caja es suya. Si lo es, pueden llevársela.
No tenía ni idea de cómo matar. Antes del ejército era ciclista de carreras. Jamás había visto ni siquiera una pelea de navajas de verdad, y aquí estaba yo, en la parte trasera de un transporte blindado de tropas. Nunca antes me había sentido así: poderoso, fuerte y seguro.
Fuera había una caja sucísima con letras garabateadas en tiza en las que se leía: «Teniente primero Dóvnar». Arranqué una tabla del lugar del ataúd donde debería haber una abertura. Tenía la cara entera, pero yacía ahí, sin afeitar, y nadie lo había lavado. El ataúd era demasiado pequeño y olía mal. No me podía inclinar para besarlo. Así es cómo me devolvieron a mi marido. Me arrodillé delante de lo que una vez fue lo que más quise en el mundo.
El suyo fue el primer ataúd que regresó a mi pueblo natal, Yazyl. Todavía recuerdo el terror en los ojos de la gente. Cuando lo enterramos, antes de que pudiesen subir las bandas con las que lo habían bajado, se oyó un trueno espantoso. Recuerdo el granizo crujiendo bajo los pies como gravilla blanca.
No hablé mucho con su padre y su madre. Pensaba que su madre me odiaba porque yo estaba viva y él muerto. Pensaba que me volvería a casar. Ahora me dice:
—Tamara, te tendrías que haber casado otra vez.
Pero entonces tenía miedo de mirarla a los ojos. Al padre de Petia casi se le fue la cabeza.
—¡Hijos de puta! ¡Meter a un muchacho así en su tumba! ¡Lo han asesinado!
Mi suegra y yo intentamos decirle que le habían dado una medalla a Petia, que necesitábamos Afganistán para proteger nuestras fronteras al sur, pero no quiso oírnos. —¡Hijos de puta! ¡Lo han asesinado!
La peor parte vino después, cuando tuve que hacerme a la idea de que ya no tenía nada ni nadie a quien esperar. Me despertaba aterrorizada, empapada en sudor, pensando que Petia volvería y no sabría dónde vivían ahora su mujer y su hija. Todo lo que me quedaba eran recuerdos de buenos momentos.
El día que nos conocimos, bailamos juntos. El segundo día fuimos a dar un paseo en el parque, y al siguiente me pidió matrimonio. Yo ya estaba comprometida y le dije que la solicitud estaba en la oficina del registro. Se fue y me escribió en letras enormes que ocupaban toda la página: «¡Aaaaaargh!».
Nos casamos en invierno, en mi pueblo. Fue divertido y precipitado. El día de la Epifanía, cuando la gente adivina su futuro, tuve un sueño que le conté a mi madre por la mañana.
—Mamá, veía a un muchacho guapísimo. Estaba de pie sobre un puente, y me llamaba. Llevaba el uniforme de soldado, pero cuando me acercaba a él comenzaba a alejarse hasta que desaparecía por completo.
—No te cases con un soldado. Te quedarás sola —me dijo mi madre.
Petia tenía un permiso de dos días.
—Vamos a la oficina del registro —me propuso antes de cruzar la puerta siquiera.
Nos echaron una ojeada en el sóviet del pueblo y nos dijeron:
—¿Por qué esperar dos meses? Id y traed el brandy. Nosotros haremos el papeleo.
Una hora más tarde éramos marido y mujer. Fuera azotaba una ventisca.
—Novio, ¿dónde está el taxi para su flamante esposa?
—¡Un segundo! —Salió y paró para mí un tractor bielorruso.
Durante años soñé que subíamos a ese tractor, conduciendo por la nieve.
La última vez que Petia vino a casa se encontró el piso cerrado con llave. No había enviado un telegrama para avisarme de que venía, y yo había ido a casa de una amiga a celebrar su cumpleaños. Cuando llegó a la puerta y oyó la música y vio a todo el mundo feliz y riendo, se sentó en un taburete y lloró. Vino a buscarme al trabajo todos los días durante su permiso.
—Cuando vengo a verte al trabajo me tiemblan las rodillas como si tuviésemos una cita —me decía.
Recuerdo que un día fuimos a nadar juntos. Nos sentamos en la orilla e hicimos un fuego. Me miró y me dijo:
—No te puedes ni imaginar hasta qué punto no quiero morir por el país de otros.
Yo tenía veinticuatro años cuando murió. En esos primeros meses me habría casado con cualquier hombre que me quisiera. No sabía qué hacer. La vida seguía a mi alrededor igual que antes. Uno se construía una dacha, otro se compraba un coche; alguien tenía un piso nuevo y necesitaba una alfombra o una hornilla para la cocina. En la última guerra todo el mundo estaba desconsolado, el país entero. Todo el mundo había perdido a alguien, y sabían por qué lo habían perdido. Todas las mujeres lloraban juntas. Hay cien personas en la escuela de hostelería donde trabajo y yo soy la única que ha perdido a su marido en una guerra de la que los demás sólo saben por los periódicos. Cuando los oí por primera vez decir en televisión que la guerra de Afganistán había sido una vergüenza nacional, me entraron ganas de romper la pantalla. Ese día perdí a mi marido por segunda vez.
Un soldado raso
El único adiestramiento que recibimos antes de prestar juramento fue llevarnos dos veces al campo de tiro. La primera vez que fuimos nos repartieron nueve cartuchos a cada uno; la segunda vez, todos lanzamos una granada.
Nos pusieron en fila en la plaza y leyeron la orden en voz alta.
—Iréis a la República Democrática de Afganistán a cumplir con vuestro deber internacionalista. Si hay alguien que no quiera ir, que dé dos pasos al frente.
Tres muchachos los dieron. El comandante de la unidad los devolvió a la fila empujándolos con la rodilla en el trasero.
—Era sólo para comprobar la moral.
Nos dieron víveres para dos días y un cinturón de cuero, y nos marchamos. Nadie dijo una palabra. El vuelo pareció durar una eternidad. Vi las montañas a través de la ventanilla del avión. ¡Precioso! Eran las primeras montañas que veíamos, éramos todos de cerca de Pskov, donde sólo hay bosques y claros. Nos bajamos en Shindand. Recuerdo la fecha: 19 de diciembre de 1980.
Me echaron un vistazo.
—Metro ochenta: compañía de reconocimiento. Les vienen bien muchachos de tu tamaño.
Fuimos a Herat a construir un campo de tiro. Cavamos y cargamos piedras para los cimientos. Puse las tejas de un tejado e hice algo de carpintería. Algunos de nosotros no habíamos disparado ni una sola vez antes de la primera batalla. Teníamos hambre todo el tiempo. Había dos cubas de cincuenta litros en la cocina: una para sopa, la otra para puré de patata o gachas de cebada. Teníamos una lata de caballa para cuatro, y la etiqueta decía: «Fecha de fabricación: 1956. Consumir antes de 18 meses». En año y medio, la única vez que no tuve hambre fue cuando estuve herido. El resto del tiempo lo pasabas pensando en la manera de conseguir algo de comer. Teníamos tantísimas ganas de fruta que nos colábamos en los huertos de los afganos a sabiendas de que nos dispararían. Les pedíamos a nuestros padres que nos enviasen ácido cítrico en las cartas para que pudiésemos disolverlo en agua y bebérnoslo. Era tan agrio que nos quemaba el estómago.
El 29 de agosto decidí que se había acabado el verano. Le compré a Sasha un traje nuevo y un par de zapatos, que todavía hoy siguen en el armario. Al día siguiente, antes de irme al trabajo, me quité los pendientes y el anillo. Por alguna razón no soportaba llevarlos. Ese fue el día en que lo mataron.
Antes de nuestra primera batalla tocaron el himno nacional soviético. El comandante político adjunto nos dio una charla. Recuerdo que dijo que nos habíamos anticipado a los americanos sólo por una hora, y todo el mundo nos esperaba en casa para recibirnos como héroes.
No tenía ni idea de cómo matar. Antes del ejército era ciclista de carreras. Jamás había visto ni siquiera una pelea de navajas de verdad, y aquí estaba yo, en la parte trasera de un transporte blindado de tropas. Nunca antes me había sentido así: poderoso, fuerte y seguro. Las colinas de repente parecían bajas, las acequias pequeñas, los árboles pocos y alejados entre sí. Después de media hora estaba tan relajado que me sentía como un turista que observaba un país extranjero.
Pasamos por encima de una zanja sobre un puentecito de barro: recuerdo mi asombro de que pudiese aguantar el peso de varias toneladas de metal. De repente hubo una explosión, el transporte de delante había recibido un impacto directo de un lanzagranadas. Ya estaban llevándose a hombres que conocía como animales de peluche, con los brazos colgando. No lograba entender este espantoso nuevo mundo. Proyectamos todos nuestros morteros hacia el lugar desde donde habían llegado los disparos, varios morteros hacia cada hacienda. Después de la batalla, raspamos con cucharas los restos de nuestros propios hombres de la placa de blindaje. No había discos de identificación para las víctimas mortales; supongo que pensarían que podían caer en las manos equivocadas. Era como en la canción: «Nuestra dirección no es una casa o una calle. Nuestra dirección es la Unión Soviética». Así que simplemente extendimos una lona sobre los cuerpos, una «fosa común». La guerra ni siquiera se había declarado; estábamos luchando en una guerra que no existía.
Una madre
Me senté junto al ataúd de Sasha y dije:
—¿Quién es? ¿Eres tú, hijo? —seguí repitiendo una y otra vez—: ¿Eres tú?
Decidieron que se me había ido la cabeza. Más tarde quise saber cómo había muerto mi hijo. Fui al comisariado militar y el comisario empezó a gritarme, me dijo que la muerte de mi hijo era un secreto de Estado, que no debería ir por ahí contándoselo a todo el mundo.
Mi hijo estaba en la división paracaidista de Vítebsk. Cuando fui a verlo prestar juramento, no lo reconocí; parecía tan alto.
—Eh, ¿cómo es que tengo una madre tan pequeña?
—Es que te echo de menos y he dejado de crecer.
Se inclinó y me dio un beso, y alguien hizo una foto. Es la única foto que tengo con él de soldado.
Después del juramento tenía unas cuantas horas de tiempo libre. Fuimos al parque y nos sentamos en la hierba. Se quitó las botas porque tenía los pies llenos de ampollas y le sangraban. El día anterior, su unidad había participado en una marcha forzada de cincuenta kilómetros; no había botas del 46, así que le dieron unas del 44.
—Teníamos que correr con mochilas llenas de arena. ¿Qué te parece? ¿En qué puesto llegué?
—Con esas botas, probablemente el último.
—Te equivocas, mamá. Llegué el primero. Me quité las botas y corrí. Y no derramé arena como otros.
Esa noche dejaron a los padres dormir dentro de la unidad, sobre esterillas extendidas en el polideportivo, pero no nos acostamos hasta bien entrada la noche; en vez de eso, deambulamos por los barracones donde dormían nuestros hijos. Tenía la esperanza de poder verlo cuando fuesen a hacer los ejercicios matutinos, pero todos iban corriendo con camisetas de tirantes a rayas idénticas y se me escapó, no alcancé a verlo fugazmente una última vez. Todos iban al baño en fila, en fila hacían ejercicio, en fila iban al comedor. No les dejaban hacer nada solos porque, cuando los muchachos se enteraron de que los destinaban a Afganistán, uno se ahorcó en el baño y otros dos se cortaron las venas. Estaban bajo vigilancia.
Su segunda carta comenzaba: «Saludos desde Kabul…». Grité tan fuerte que los vecinos vinieron corriendo. Era la primera vez desde que nació Sasha que lamentaba no haberme casado y no tener a nadie que me cuidara.
Sasha solía burlarse de mí.
—¿Por qué no te casas, mamá?
—Porque te pondrías celoso.
Se reía y no decía nada. Íbamos a vivir juntos durante mucho, mucho tiempo.
Recibí unas cuantas cartas más y después hubo silencio, un silencio tan largo que decidí escribir al comandante de su unidad. Sasha me respondió de inmediato: «Mamá, por favor no vuelvas a escribir al comandante. No he podido escribirte. Me picó una avispa en la mano. No quise pedirle a nadie que escribiese, porque te hubieses preocupado al ver una letra distinta». Enseguida supe que estaba herido y, entonces, si pasaba tan siquiera un día sin una carta suya me fallaban las piernas. Una de sus cartas fue muy alegre.
«¡Hurra, hurra! Hemos escoltado una columna que volvía a la Unión. Los acompañamos hasta la frontera. No nos permitieron avanzar más, pero al menos pudimos divisar nuestra patria a lo lejos. Es el mejor país del mundo.»
En su última carta escribió: «Si aguanto el verano, volveré».
El 29 de agosto decidí que se había acabado el verano. Le compré a Sasha un traje nuevo y un par de zapatos, que todavía hoy siguen en el armario. Al día siguiente, antes de irme al trabajo, me quité los pendientes y el anillo. Por alguna razón no soportaba llevarlos. Ese fue el día en que lo mataron.
Cuando trajeron el ataúd de zinc a la habitación, me eché encima de él y lo medí una y otra vez. Un metro, dos metros. Él medía dos metros de alto. Lo medí con mis manos para asegurarme de que el ataúd era del tamaño adecuado para él. Estaba precintado, así que no pude besarlo por última vez, o tocarlo, ni siquiera sabía lo que llevaba puesto, hablaba simplemente con el ataúd, como una loca.
Dije que quería escoger yo misma su lugar en el cementerio. Me pusieron dos inyecciones, y fui hasta allí con mi hermano. Había tumbas «afganas» en la avenida principal.
—Pongan a mi hijo aquí también. Estará más contento entre sus amigos.
No recuerdo quién estaba allí con nosotros. Algún funcionario. Negó con la cabeza.
—No nos permiten enterrarlos juntos. Tienen que estar repartidos por el cementerio.
Dicen que se dio un caso en el que trajeron un ataúd a una madre, lo enterró y un año después su hijo regresó con vida. Sólo estaba herido. Nunca vi el cuerpo de mi hijo, ni le di un beso de despedida. Sigo esperando.
Una enfermera
Todos los días que pasaba allí me decía a mí misma que era tonta por venir. Sobre todo por la noche, cuando no había ningún trabajo que hacer. Todo lo que pensaba durante el día era: «¿Cómo puedo ayudarlos?». No podía creer que alguien fabricase las balas que estaban usando. ¿De quién había sido la idea? La punta de entrada era pequeña, pero dentro desgarraban y hacían pedazos sus intestinos, su hígado, su bazo. Como si no bastase con matarlos o herirlos, tenían que hacerles pasar también por ese martirio. Siempre llamaban a gritos a sus madres cuando sentían dolor o tenían miedo. Nunca los oí llamar a otra persona.
Nos dijeron que era una guerra justa. Estábamos ayudando al pueblo afgano a acabar con el feudalismo y a construir una sociedad socialista. De alguna forma no encontraron el momento de decirnos que estaban matando a nuestros hombres. Durante todo el primer mes que estuve allí tiraban sin más los brazos y piernas amputados de nuestros soldados y oficiales, y hasta sus cuerpos, justo al lado de las tiendas del campamento. Era algo que me hubiese costado creer si lo hubiese visto en películas sobre la guerra civil. Entonces no había ataúdes de zinc: aún no habían tenido tiempo de fabricarlos.
Dos veces por semana teníamos adoctrinamiento político. No paraban de hablar de nuestra misión sagrada, y de cómo la frontera debía ser inviolable. Nuestra superior nos ordenaba que informásemos de todos los soldados heridos, de todos los pacientes. Lo llamaban seguimiento del estado de la moral: ¡el ejército tenía que gozar de buena salud! No debíamos sentir compasión. Pero sí que sentíamos compasión: era lo único que hacía que todo tuviese sentido.
Un responsable de prensa de un regimiento
Comenzaré por el instante en que todo se vino abajo.
Avanzábamos por Jalalabad y vimos a una niña de unos siete años de pie al borde del camino. Tenía un brazo casi arrancado que pendía sólo de un hilo, como si fuese una muñeca de trapo destrozada. Tenía los ojos oscuros, como aceitunas, y me miraban fijamente. Salté del vehículo para cogerla en brazos y llevársela a nuestras enfermeras, pero ella dio un brinco hacia atrás, aterrorizada y gritando como un animalito.
Todavía dando gritos huyó corriendo, con el bracito colgando, parecía que se le iba a despegar del todo. Corrí gritando detrás de ella, la alcancé y la apreté contra mí mientras la acariciaba. Ella mordía y arañaba, toda temblorosa, como si la hubiese atrapado algún animal salvaje. No fue hasta ese momento que la idea se me pasó por la cabeza: no creía que quisiera ayudarla, pensaba que quería matarla. La forma en que huyó corriendo, la forma en que temblaba y el miedo que me tenía son cosas que nunca olvidaré.
Nos dijeron que era una guerra justa. Estábamos ayudando al pueblo afgano a acabar con el feudalismo y a construir una sociedad socialista. De alguna forma no encontraron el momento de decirnos que estaban matando a nuestros hombres.
Había partido rumbo a Afganistán con los ojos centelleantes de idealismo. Me habían contado que los afganos me necesitaban, y yo me lo había creído. El tiempo que pasé allí jamás soñé con la guerra, pero ahora todas las noches vuelvo a correr detrás de esa niña de ojos aceitunados, con el bracito colgando como si se le fuese a despegar de un momento a otro.
Allá fuera tenías sentimientos muy distintos por tu país. «La Unión» la llamábamos. Parecía que teníamos algo grande y poderoso a nuestras espaldas, algo que siempre nos defendería. Recuerdo, sin embargo, que una tarde después de una batalla —en la que hubo bajas, hombres muertos y hombres gravemente heridos— enchufamos el televisor para olvidarnos de eso, para ver qué ocurría en la Unión. Habían construido una nueva fábrica colosal en Siberia; la reina de Inglaterra había ofrecido un banquete en homenaje a una personalidad; unos jóvenes de Vorónezh habían violado a dos escolares porque les había dado por ahí; habían matado a un príncipe en África. El país seguía a lo suyo y nos sentimos totalmente inútiles. Alguien tuvo que apagar el televisor antes de que lo destrozáramos a tiros.
Era una guerra de madres. Ellas estaban en todo el meollo. La gente en general no sufría, no se enteraba de lo que pasaba. Les contaban que estábamos luchando contra bandidos. ¿Un ejército regular de 100.000 soldados, en nueve años, no era capaz de vencer a unos bandidos harapientos?
Un ejército con la tecnología más avanzada. (Que Dios amparase a quienquiera que estuviera en medio de un bombardeo de artillería con nuestros lanzamisiles Granizo o Huracán: los postes telegráficos salían volando como fósforos.) Los «bandidos» sólo tenían las ametralladoras Maxim que habíamos visto en las películas; los Stinger y las ametralladoras japonesas llegaron más tarde. Hacíamos prisioneros a hombres escuálidos con manos grandes, de campesino. No eran bandidos. Eran la gente de Afganistán.
La guerra tenía sus propias reglas horrendas: si te dejabas fotografiar o te afeitabas antes de un combate, estabas muerto. Siempre mataban primero a los héroes de ojos azules: conocías a uno de esos tipos y antes de que te dieses cuenta, estaba muerto. La mayoría de la gente murió durante los primeros meses, cuando tenían demasiada curiosidad, o hacia el final, cuando ya habían perdido el sentido de la precaución y se habían quedado imbéciles. Por la noche se te olvidaba dónde estabas, quién eras, lo que hacías allí. Nadie lograba dormir durante las últimas seis u ocho semanas antes de volver a casa.
Aquí en la Unión somos como hermanos. Un tipo joven que vaya por la calle con muletas y una medalla reluciente sólo puede ser uno de los nuestros. Puede que sólo os sentéis en un banco y fuméis un cigarrillo juntos, pero os dará la impresión de que lleváis todo el día hablando el uno con el otro.
Las autoridades quieren utilizarnos para tomar medidas contundentes contra el crimen organizado. Si hay que atajar y poner fin a algún problema, la policía recurre a «los afganos». Para ellos, somos tipos con puños grandes y cerebros pequeños a los que nadie aprecia. Pero está claro que si te duele la mano, no la pones en el fuego, la cuidas hasta que mejora.
Una madre
Me apresuro hasta el cementerio como si fuese a encontrarme con alguien. Siento que voy a visitar a mi hijo. Los primeros días pasaba allí toda la noche. No me daba miedo. Estoy esperando a que llegue la primavera, a que una florecilla brote de la tierra y aparezca ante mí. Planté campanillas de invierno para tener un mensaje de mi hijo lo antes posible. Llegan desde él hasta mí, desde allí abajo.
Me quedo sentada junto a él hasta que oscurece y ya bien entrada la noche. A veces no me doy cuenta de que he empezado a gemir hasta que asusto a los pájaros, toda una tormenta de graznidos de cuervos, que vuelan en círculos y agitan las alas sobre mí; entonces recobro la lucidez y dejo de hacerlo. He ido todos los días durante cuatro años, si no es por la tarde, por la mañana. Falté los once días que pasé en el hospital, después me escapé en camisón para ir a verlo.
Me llamaba «Madre mía» y «Ángel madre mía».
—Vaya, ángel madre mía, han aceptado a tu hijo en la Academia Militar de Smolensk. Espero que estés contenta.
Se sentaba al piano y cantaba.
Oficiales caballeros,
¡príncipes verdaderos!
Si entre ellos no el primero,
sí que soy uno de ellos.
Mi padre fue un oficial del Ejército regular que murió en la defensa de Leningrado. Mi abuelo también fue oficial. Mi hijo estaba hecho para ser un militar: tenía el porte, tan alto y tan fuerte. Debería haber sido un húsar con guantes blancos, que jugase a las cartas.
Todos querían ser como él. Hasta yo, su propia madre, lo imitaba. Me sentaba al piano como él, y a veces me ponía a caminar como él, sobre todo después de que lo mataran. De tanto que deseo que esté siempre presente en mí.
Cuando fue a Afganistán por primera vez, no escribía nunca. Esperé y esperé a que viniese a casa de permiso. Un día, en el trabajo, el teléfono sonó.
—Ángel madre mía, vuelvo a casa.
Fui a recibirlo al autobús. El pelo se le había puesto canoso. No reconoció que estaba de permiso, que había pedido que lo dejasen salir del hospital un par de días para ver a su madre. Tenía la hepatitis, la malaria, no había nada que no tuviera, pero advirtió a su hermana para que no me lo contase. Entré en su habitación de nuevo antes de irme a trabajar, para verlo dormir. Abrió los ojos. Le pregunté por qué no estaba dormido, era muy temprano. Dijo que había tenido un mal sueño.
Lo acompañamos hasta Moscú. Era un mayo soleado, hacía un tiempo estupendo y los árboles estaban en flor. Le pregunté cómo eran las cosas allá.
—Madre mía, Afganistán es un asunto donde no deberíamos estar metidos —me miró sólo a mí, a nadie más—. No quiero volver a ese agujero. De verdad que no —se alejó caminando, pero se dio la vuelta—. Es tan sencillo como eso, mamá —nunca me llamaba «mamá». A la mujer en el mostrador del aeropuerto se le caían las lágrimas al mirarnos.
Cuando me desperté el 7 de julio no había estado llorando. Me quedé mirando al techo con los ojos vidriosos. Me había despertado él, como si hubiese venido a despedirse. Eran las ocho en punto. Tenía que prepararme para ir al trabajo. Fui vagando de un lado para otro con el vestido, del cuarto de baño a la sala de estar, de una habitación a otra. Por alguna razón no podía soportar ponerme ese vestido de color claro. Me sentía mareada y no veía bien. Todo estaba borroso. Me fui serenando hacia la hora de almorzar, hacia el mediodía.
El día siete de julio. Llevaba siete cigarrillos en el bolsillo, siete fósforos. Había hecho siete fotos con su cámara. Me había escrito siete cartas a mí, y siete a su novia. El libro sobre su mesita de noche estaba abierto por la página siete. Era «Los contenedores de la muerte», de Kobo Abe.
Tuvo tres o cuatro segundos en los que podía haberse salvado. El vehículo en que iban salió volando por un precipicio. No podía ser el primero en saltar. Nunca podía haberlo sido.
De parte del comandante segundo del regimiento para asuntos políticos, el comandante S. R. Sinelníkov. Es mi deber como soldado informarle de que el teniente primero Valeri Gennadiévich Volóvich ha muerto hoy a las 10:45 horas.
Toda la ciudad estaba ya al tanto. En la Casa de los Oficiales habían puesto un crespón negro y su fotografía. De un momento a otro estaba previsto que llegase el avión con su ataúd, pero nadie me había dicho ni una palabra. No tenían el valor de hacerlo. En el trabajo todos llevaban rastros de lágrimas en la cara.
—¿Qué ha pasado? —les pregunté.
Intentaron distraerme de diversas maneras. Vino una amiga, y después por fin un doctor con bata blanca. Le dije que estaba loco, que muchachos como mi hijo no podían morir. Empecé a dar golpes en la mesa. Corrí hasta la ventana y empecé a golpear el cristal. Me pusieron una inyección. Seguí gritando. Me pusieron otra inyección, pero tampoco me hizo efecto.
—Quiero verlo, llevadme hasta mi hijo —vociferaba.
Finalmente tuvieron que llevarme.
Había un ataúd alargado. La madera no estaba lijada, y en grandes letras pintadas en amarillo se leía «Volóvich». Tenía que encontrarle un sitio en el cementerio, un lugar seco, un lugar seco y agradable. Si eso significaba un soborno de cincuenta rublos, no importaba. Aquí tiene, tome, pero asegúrese de que sea un buen lugar, seco y agradable. Dentro ya sabía lo desagradable que era, pero yo sólo quería que estuviese en un lugar seco y agradable. Las primeras noches no lo dejé solo. Me quedé allí. Me llevaban a casa, pero yo volvía.
Cuando voy a verlo, hago una reverencia, y cuando me marcho, la vuelvo a hacer. Nunca paso frío, ni siquiera cuando la temperatura cae bajo cero; escribo mis cartas desde allí; si alguna vez estoy en casa es porque tengo visita. Cuando camino de vuelta a casa por la noche, las farolas están iluminadas, los faros de los coches encendidos. Me siento tan fuerte que no tengo miedo de nada.
Sólo ahora me despierto de mi pena, como si me despertase de un sueño. Quiero saber de quién fue la culpa. ¿Por qué nadie dice nada? ¿Por qué no se nos dice quiénes lo hicieron? ¿Por qué no son juzgados?
Saludo a todas las flores de su tumba, a cada pequeña raíz, a cada tallo.
—¿Vienes de ahí? ¿Vienes de él? Vienes de mi hijo. ■
La Fiscalía presentó escrito de acusación contra un coronel, un teniente y un patrullero. Investigaciones continúan. Otros oficiales y agentes terminarían involucrados en nuevos hechos de violencia en protesta social.
Publicado originalmente en el Portal Seguimiento.Co
Un fiscal de la Dirección Especializada contra las Violaciones a los Derechos Humanos presentó escrito de acusación contra un coronel, un teniente y un patrullero de la Policía Nacional por algunos de los homicidios y casos de lesiones personales ocurridos durante las jornadas de protesta programadas en Cali (Valle del Cauca), en 2021.
Los uniformados estarían involucrados en distintos hechos y tendrían diferentes niveles de posible participación. Los acusados son:
Patrullero Wilson Orlando Esparragoza Corcho. De acuerdo con el material de prueba y la evidencia técnica obtenida, sería el responsable de disparar el proyectil que le ocasionó la muerte a un joven que participaba en las movilizaciones que se registraron frente al CAI Villa del Sur, en el sector Puerto Rellena, la tarde del 28 de abril de 2021.
El funcionario, al parecer, accionó el arma de dotación contra los manifestantes. Para la Fiscalía, la víctima se encontraba en indefensión y no era una amenaza inminente para las personas. Así que el actuar del funcionario habría sido desproporcionado y violatorio de los principios que deben acompañar a quienes salvaguardan el orden. En ese sentido, la acusación es por el delito de homicidio agravado.
Teniente Néstor Fabio Mancilla Gonzaliaz. En su condición de comandante del Grupo de Operaciones Especiales (GOES) estaba a cargo de un componente de hombres que, supuestamente, disparó contra manifestantes y ciudadanos ajenos a las concentraciones sociales, en dos eventos diferentes.
El primero, sucedió el 30 de abril, en el barrio El Diamante. Aquí, dos personas murieron y otras dos resultaron heridas. El segundo, se registró en inmediaciones del barrio Siloé, la noche del 3 de mayo. Este hecho dejó tres muertos y dos heridos.
La investigación da cuenta de que el oficial, supuestamente, falló en el deber de dirigir y controlar a los efectivos de su unidad, y no tomó las medidas necesarias para evitar más víctimas. El escrito indica que sería el posible responsable de los delitos de homicidio agravado y lesiones personales.
Coronel Edgar Vega Gómez. El oficial, en su momento, se desempeñaba como comandante operativo de la Policía Metropolitana de Cali. Adicionalmente, había sido designado como jefe de servicio y el encargado de orientar las acciones de sus subalternos para restablecer el orden, los días en los que se presentaron los eventos en los que estarían involucrados algunos integrantes del GOES, y por los que es procesado el teniente Mancilla Gonzaliaz.
El coronel Vega Gómez habría incumplido al compromiso institucional y constitucional de velar por la seguridad de los civiles participantes en las jornadas de protesta, y, presuntamente, no tomó los correctivos necesarios para evitar los excesos que se produjeron. De esta manera, es acusado por los delitos de homicidio agravado y lesiones personales.
Entre los factores de riesgo más delicados están la violencia, el soborno al elector, la manipulación de votantes, la adulteración de escrutinios y la corrupción de las autoridades correspondientes (Registradores y Magistrados del Consejo Nacional Electoral).
Por Horacio Duque Giraldo || Analista internacional y politólogo – Nota publicada originalmente en portales internacionales
La Misión de Observación Electoral (MOE) acaba de publicar un importante texto[1] (ver https://bit.ly/3oYvNnw ) y unas cartillas con unos Mapas y factores de riesgo electoral que será necesario consultar e implementar con el fin de evitar el fraude electoral, y garantizar la mayor transparencia en los próximos eventos para escoger candidatos presidenciales, parlamentarios y Presidente de la Republica.
Entre los factores de riesgo más delicados están la violencia, el soborno al elector, la manipulación de votantes, la adulteración de escrutinios y la corrupción de las autoridades correspondientes (Registradores y Magistrados del Consejo Nacional Electoral).
Ante el desgaste del gobierno del señor Duque y el desprestigio de sus amigos uribistas del Centro Democrático y de las otras facciones oficialistas con representación en el gabinete Ministerial y en las altas esferas gubernamentales, y frente a las consabidas consecuencias políticas de tal fenómeno lo que se puede observar es una reacción desesperada de los principales protagonistas del campo oficialista.
Ex Presidentes, senadores, parlamentarios, contratistas y otras fichas de las redes de poder han desatado un sinnúmero de estrategias y acciones para amarrar votos y garantizar los bloques electorales que impidan la pérdida del control del gobierno y sus más importantes palancas burocráticas y presupuestales.
Al señor Uribe Vélez se le nota muy febril promoviendo decretos para eliminar aranceles a insumos agrícolas, proponiendo entregar 10 billones de pesos para supuestamente acabar con el “gota a gota” y sugiriendo ampliar las familias beneficiarias de la renta básica conocida como Ingreso solidario por 160 mil pesos.
Todo este embeleco obviamente tiene un claro fin electorero para engañar millones de ciudadanos en lastimosas condiciones de pobreza y miseria.
En todo este tejemaneje clientelista hay sistemas más oscuros de manipulación que deben ser materia de preocupación para la MOE, y con esto me refiero al papel del Departamento para la Prosperidad Social DPS, instituto adscrito a la Presidencia de la Republica que está bajo la dirección de un cuerpo sectario y politiquero de la entera confianza del “Innombrable” del Uberrimo, pues Susana Correa, su Gerente es una descarada ficha de las entrañas de las catervas de la ultraderecha de los ingenios azucareros del Valle del Cauca y del Cauca, que juega abiertamente en favor de los candidatos del Centro Democrático de todo el país mediante la adjudicación a dedo de multimillonarios contratos en programas como Familias en Acción, Familias en su Tierra, Iraca (para victimas afros e indígenas), Ingreso solidario, Adulto mayor y Jóvenes en Acción, en los que los favorecidos son reconocidos Operadores del partido de los contratistas.
Tatiana Buelvas Ramos (de la Casa Char), es, como Secretaria General del DPS, la encargada de adjudicar y firmar contratos multimillonarios a Operadores como los siguientes:
Alianza FEST IV, representada por Gloria Esther Añez Martínez quien tiene el Contrato 265 por 16 mil millones de pesos para el 2022.
Consorcio FEST CARIBE, representado por José Enrique Herrera Jiménez, quien tiene el Contrato 255 del 2021 por 16 mil millones de pesos.
Unión Temporal FAMILIAS 2021, representado por Diego Andrés Moreno Tirado, quien tiene el Contrato 439 de Fondo de Inversiones para la paz por un valor de 11 mil millones de pesos con el único propósito de armar una base de datos del Programa Familias en Acción.
Consorcio ESCALANDO FUTURO-CORPROGRESO, representado por la Señora Ángela Garzón, quien tiene el Contrato 256 del 2021 por un valor de 16 millones de pesos.
Estos y 80 contratos más adjudicados entre el 2021 y lo corrido del 2022 por una cifra superior a un billón 500 mil millones de pesos están rodando en la actualidad sin ningún control, con evidentes riesgos electorales que deberían ser objeto de observación y seguimiento por la MOE y por oras organizaciones de la sociedad civil como las Veedurías ciudadanas y Auditorias sociales que no tienen los espacios necesarios en el DPS y en su Oficina de Control interno, completamente ineficiente en las tareas que le ha encomendado la Ley.
Cada vez que Diego Molano entrega a sus antiguas amigas de Alotrópico un jugoso contrato, algún medio pregunta por qué y él se hace el de las gafas. Las preguntas lo tienen sin cuidado.
Esta semana el ministro de Defensa, Diego Molano, le entregó 595 millones de pesos en contratación directa a unas antiguas subalternas a las que viene favoreciendo año tras año e institución tras institución. Sucedió el miércoles pasado 4 de febrero. El contrato, velozmente tramitado bajo el objeto de “fortalecimiento institucional”, arrancó inmediatamente y terminará a fines de agosto. Así el sucesor de Molano, en el nuevo gobierno, alcanzará a disfrutar del recuerdo del hoy ministro y de sus protegidas.
La empresa beneficiada se llama Alotrópico SAS y las felices accionistas son Lilian Polanía, Martha Isabel Restrepo e Isabel Quiroga. Las socias de la compañía tienen una cosa en común: todas trabajaron como subalternas de Diego Molano cuando era director del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, ICBF.
Lilian Polanía era parte de la oficina de comunicaciones del ICBF, Martha Isabel Restrepo era la coordinadora de comunicación audiovisual de la misma entidad e Isabel Quiroga era la directora del departamento. En esa condición tenían relación permanente con el ahora ministro.
Muy meritorio que las tres damas se asocien y decidan iniciar una empresa. Lo increíble es que siempre resulten recibiendo contratación directa de las entidades públicas por donde pasa el viejo jefe.
Debo decirles que no es la primera vez, ni la primera institución dirigida por Diego Molano, que le entrega contratación directa a Alotrópico SAS. La periodista Ana María Cuesta, quien en ese momento trabajaba para La FM de RCN, denunció la situación a raíz de otro contrato con MinDefensa esta vez por casi 900 millones de pesos.
La historia empezó unos días antes.
El 1 de febrero del año pasado, Molano se posesionó en remplazo del fallecido ministro Carlos Holmes Trujillo. Apenas se había sentado en su potente silla cuando ordenó trasladar de Santa Marta a Bogotá al teniente coronel de la Policía, Alex Durán. Así nombró al uniformado como ayudante personal. El coronel Durán es el esposo de Isabel Quiroga, una de las afortunadas dueñas de Alotrópico SAS.
El mes siguiente, en pleno pico del covid, el ministro Molano decidió que era hora de “mejorar la imagen institucional” y destinó a ese propósito 898 millones de pesos.
El proceso para contratar esa suma duró apenas unas cuantas horas.
El miércoles 31 de marzo, por cierto miércoles de Semana Santa, el Ministerio de Defensa le pidió a la empresa Alotrópico SAS —y a ninguna otra— que le presentara una oferta de servicios. La propuesta llegó y debió ser de una contundencia asombrosa porque ese mismo Miércoles Santo firmaron el contrato.
Un contrato ganado contra nadie por la empresa de la antigua subordinada del ministro y esposa de su ayudante.
Antes de ser ministro de Defensa, Diego Molano era el director administrativo de la Presidencia de la República. Y aquí siguen las coincidencias.
En los archivos públicos consta que el 8 de abril de 2020, la Presidencia de la República firmó con Alotropico SAS un contrato por 461 millones de pesos, que tiene como finalidad socializar y promover temas de interés nacional “que les sean asignados por el presidente de la república mediante la metodología ‘transformar comunicando, guía práctica para transformar imaginarios de la comunicación social’”.
Cada vez que Diego Molano entrega a sus antiguas amigas de Alotrópico un jugoso contrato, algún medio pregunta por qué y él se hace el de las gafas. Las preguntas lo tienen sin cuidado.
Para despedirse no podía faltar el cariñito. Esta semana fue firmado el nuevo contrato por casi 600 millones de pesos para que la empresa de las señoras emprenda “acciones de transformación y protección de imaginarios que tiene la población en relación con los temas relacionados con seguridad y defensa del Estado”.
Este es el triste epílogo del gobierno de Iván Duque que se proclamó paladín de la austeridad. Mientras el presidente recorre el mundo con su hermano en el avión presidencial, su ministro de Defensa raspa la olla con cargo al presupuesto nacional.
Desesperado por ganar las elecciones, tanto en las corporaciones públicos como las presidenciales, el mandatario sin legitimidad, Iván Duque Márquez, se dio a la tarea de promover una feria de nombramientos. Son más de 1.400 cargos. Ocurre solo en Colombia.
Por Arlene Tickner, Catedrática Universitaria – Publicado originalmente en El Espectador
Entre los días sin IVA programados “coincidentemente” alrededor de las elecciones legislativas y de la segunda vuelta presidencial, los más de 1.400 nuevos cargos públicos creados antes de la entrada en vigencia de la (truncada) ley de garantías, revelados por Noticias Uno y los más recientes nombramientos hechos en el Ministerio de Relaciones Exteriores, es difícil no ver un intento vulgar por influenciar los resultados electorales mediante el uso de dineros públicos.
En el caso específico de la Cancillería, la feria de puestos diplomáticos no es atípica, tristemente, sino que constituye un patrón general del clientelismo en Colombia.
Todo presidente, sin distingo personal, ideológico o coyuntural, ha manoseado el servicio exterior para retribuir favores, asegurar lealtades y premiar familiares y amistades. Sin embargo, hay varios matices que distinguen al gobierno de Iván Duque.
Como ocurrió en tantos otros espacios de la gestión gubernamental, en los que primaron el bla, bla, bla y la mentira sobre la concreción de resultados, Duque hizo gala al inicio de su administración de la necesidad de despolitizar y perfeccionar el cuerpo diplomático colombiano.
Para esto, tanto él como su entonces ministro, Carlos Holmes Trujillo prometieron aumentar el porcentaje de embajadores de carrera más allá del mínimo establecido por el decreto 274 de 2000, equivalente a tan solo el 20%, reforzar los requisitos poco exigentes de experiencia para quienes se nombran por discreción presidencial, y reformar la Carrera Diplomática y Consular.
Nada de esto se materializó e incluso, la participación de funcionarios profesionales en cargos directivos se redujo a mínimos históricos.
La ráfaga de asignaciones provisionales realizadas en embajadas y consulados a pocos meses de las elecciones y del cambio de mando ejecutivo es impúdica en términos políticos y fiscales.
Cientos de millones de pesos devaluados deberán invertirse en el traslado e instalación de ida y regreso de tres nuevos embajadores y 17 funcionarios nombrados en otros cargos junto con sus familias, pese a que todos tendrán que renunciar prácticamente al aterrizar en sus destinos. Mención aparte merece la sede en Estados Unidos, en donde son siete los recién favorecidos, probablemente por la obsesión irrealista de Duque de concretar la cita con Biden.
Aunado a lo anterior, la mayoría de los designados en el extranjero y en la planta interna se destaca por una notoria falta de credenciales.
Además del polémico nombramiento de un joven abogado sin experiencia como director general de Protocolo, cargo esencial en el mundo de la diplomacia, quienes ocupan la Academia Diplomática, supuesto centro de formación y de pensamiento, la dirección de Derechos Humanos y la secretaria general brillan por su insuficiencia.
Igualmente, inquietante, como reporta Laura Gil en La Línea del Medio la célebre jefe de gabinete de Duque también ha agarrado funciones internacionales claves, incluyendo el acompañamiento de los viajes presidenciales, socavando el rol de la Cancillería y de sus profesionales de carrera.
Por más que los asuntos internacionales nunca ocuparán el centro del debate público en Colombia, la feria del aparato diplomático no puede seguirse ignorando, sobre todo en una coyuntura nacional tan crítica como la actual en la que la imagen del país y los réditos asociados a ella han sufrido un deterioro palpable. ¿Qué piensan los candidatos presidenciales al respecto?
NOTA IMPORTANTE: El presente artículo compromete solamente al autor ya que no necesariamente interpreta el pensamiento del movimiento sugoviano.
El Sindicato Unitario de la Gobernación del Valle del Cauca-Diverso pero Unitario, es una Organización Sindical de Industria y/o rama de actividad económica de primer grado y mixta, que tiene en su seno a Servidores Públicos adscritos en los Niveles Central-Descentralizado, EICES-ESES-de Nivel Dptal. y Funcionaros de Educación planta FODE .